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Observatorio

Un poco de aeternitas, una película y la belleza

04 diciembre 2021

Hace unas semanas tuve la suerte de acompañar al director estadounidense Tim Burton en una visita guiada a los Museos Vaticanos. Nuestra guía fue Barbara Jatta, directora de los Museos. En ese espléndido marco tuve una experiencia maravillosa, precedida de un diálogo todavía si cabe más maravilloso para mí. De hecho, había pasado mucho tiempo desde que quería conocerlo en persona porque estaba en deuda con él. Películas como Eduardo Manostijeras, Pesadilla antes de Navidad o Ed Wood me han hecho feliz y aún continúan haciéndolo. Pero hay una de sus películas que me gusta especialmente y es Big Fish, basada en la novela de Daniel Wallace. Se trata de una película que es un himno a la paternidad. Fui a verla al cine con mi hijo que, en ese momento, 2004, tenía 9 años.

Durante dos horas seguimos con asombro las aventuras de Edward Bloom, el protagonista de la historia, junto con su hijo Will. Su relación es conmovedora, hermosa, intensa, dramática y profundamente verdadera. Cuando al final se encendieron las luces de la sala, miré a mi hijo mientras mis ojos brillaban de emoción y también los suyos: “Papá, ¿la veremos cien veces más?”. Nunca olvidaré ese momento. Era la auténtica “conclusión” de la película, una conclusión que abre, no cierra la historia. En definitiva, es un pequeño tesoro de mi vida como padre y, por eso, cuando tuve la oportunidad de conocer al director de Big Fish en persona, lo primero que le dije (repito: como para saldar una deuda) fue la historia de cómo mi hijo y yo vimos su película. Me miró con asombro y gratitud y comprendí que él también, a su vez, estaba conmovido por mi historia familiar. Así me lo dijo: “Estoy muy contento con lo que me estás contando, porque dirigí esa película precisamente porque había perdido a mi padre poco tiempo antes”. Esto me conmovió y la velada terminó con mi llamada telefónica a mi hijo para contarle lo sucedido.

Las historias no terminan nunca, como dice Frodo Bolsón en El señor de los anillos, la novela de Tolkien, un autor que practicó la paternidad de una manera muy intensa, como se adivina leyendo sus cartas a sus cuatro hijos. Hay dos frases de esta correspondencia que creo que reflejan precisamente el significado de este pequeño episodio “triangular” entre mi hijo, Tim Burton y yo. Tolkien le escribe a su hijo Christopher que “el hombre, narrador, debe ser redimido en consonancia con su naturaleza: desde una historia conmovedora”; y en otra a su hijo Michael en junio de 1941 dice que “el vínculo entre padre e hijo no solo está constituido por la consanguinidad: debe haber un poco de aeternitas. Hay un lugar llamado “paraíso” donde las buenas obras iniciadas aquí se pueden llevar a término y donde las historias no escritas y las esperanzas incumplidas pueden ser continuadas”. “Un poco de aeternitas”, eso es lo que sentí ese día en compañía de mi hijo en el cine Holiday de Roma un día de 2004.

de Andrea Monda