El Papa Francisco se dirigió el lunes por la tarde al Ergife Palace hotel de Roma para encontrar al episcopado italiano con ocasión de la 75º asamblea general extraordinaria de la Cei. A cada uno de los presentes Francisco regaló una tarjeta con la representación del Buen Pastor y el texto de las «Bienaventuranzas del obispo» que publicamos a continuación.
Bienaventurado el obispo que hace de la pobreza y del compartir su estilo de vida, porque con su testimonio está construyendo el reino de los cielos.
Bienaventurado el obispo que no teme surcar su rostro con lágrimas, para que en ellas puedan reflejarse los dolores de la gente, las fatigas de los presbíteros, encontrando en el abrazo con quien sufre la consolación de Dios.
Bienaventurado el obispo que considera su ministerio un servicio y no un poder, haciendo de la mansedumbre su fuerza, dando a todos derecho de ciudadanía en el propio corazón, a habitar la tierra prometida a los mansos.
Bienaventurado el obispo que no se cierra en los palacios de gobierno, que no se convierte en un burócrata más atento a las estadísticas que a los rostros, a los procedimientos que a las historias, tratando de luchar al lado del hombre por su sueño de justicia de Dios porque el Señor, encontrado en el silencio de la oración cotidiana, será su alimento.
Bienaventurado el obispo que tiene corazón por la miseria del mundo, que no teme mancharse las manos con el barro del alma humana para encontrar el oro de Dios, que no se escandaliza del pecado y de la fragilidad de los demás porque es consciente de la propia miseria, porque la mirada del Crucifijo Resucitado será para él sello de infinito perdón.
Bienaventurado el obispo que aleja la doblez del corazón, que evita toda dinámica ambigua, que sueña el bien también en medio del mal, porque será capaz de alegrarse en el rostro de Dios, encontrando su reflejo en cada charco de la ciudad de hombres.
Bienaventurado el obispo que trabaja la paz, que acompaña los caminos de reconciliación, que siempre en el corazón del presbítero la semilla de la comunión, que acompaña una sociedad dividida sobre el sendero de la reconciliación, que toma de la mano a cada hombre y cada mujer de buena voluntad para construir fraternidad: Dios lo reconocerá como su hijo.
Bienaventurado el obispo que por el Evangelio no teme ir contracorriente, haciendo su rostro “duro” como el de Cristo que se dirige a Jerusalén, sin dejarse frenar por las incomprensiones y los obstáculos porque sabe que el Reino de Dios avanza en la contradicción del mundo.