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El sacrilegio de Tecla

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06 noviembre 2021

Un caso de violencia de género en el siglo I


“¡Sacrilegio! ¡Sacrilegio!”, gritan las mujeres de la ciudad de Antioquía que presencian el martirio de Tecla, discípula de (San) Pablo de Tarso. Es uno de los momentos cruciales de la vida de una santa poco conocida hoy, pero muy venerada, al menos hasta el siglo IV. Toda la información sobre ella proviene de un texto apócrifo de finales del siglo II que cuenta que una joven originaria de Iconio, en Asia Menor, fue convertida por Pablo y dejó a su novio y familia para seguirlo en sus viajes. Siguiendo al apóstol, fue sentenciada a muerte dos veces, una a la hoguera y otra a las fieras y, en ambas ocasiones, sobrevivió milagrosamente. Terminó autobautizándose en el tanque donde se suponía que iban a matarla, y desde entonces predicó el Evangelio en primera persona. Su muerte, ocurrida en la vejez, está envuelta en el misterio de las distintas variantes del texto apócrifo. La de Tecla es una historia rocambolesca que, a lo largo de los siglos, ha despertado sospechas, sorpresas y a veces escándalo. En el momento en que las mujeres de Antioquía gritan “sacrilegio”, acababa de entrar en su segunda arena, con leones, osos y toros. La sentencia fue decretada por un tal Alejandro que se cuidó de que se escribiera el motivo en un cartel: “crimen de sacrilegio”. A partir de esta única pista, podemos pensar que la razón fue que no quiso renegar de Jesucristo o postrarse ante el emperador romano. En cambio, sabemos por la Historia, que ella rechazó y avergonzó públicamente a Alejandro, quien había tratado de abrazarla en la calle.

En resumen, es culpable de haber rechazado insinuaciones e intentonas, pero no está tan claro por qué este gesto se asimila a un sacrilegio. Probablemente su abusador era un sumo sacerdote de Siria por lo que desobedecerlo como autoridad religiosa era una vergüenza para la divinidad. Pero quizás aquí también hay una anomalía del orden social establecido para la protección de todos que regulaba las relaciones entre hombres y mujeres. Donde los hombres son los guardianes de las mujeres, una mujer que rechaza a un hombre no lo cuestiona solo a él, sino a todo un sistema de valores y cultura tan preciado que era casi sagrado. Es un acto peligroso y sacrílego. Desde las gradas de la arena de Antioquía las mujeres que claman son las únicas que lo intuyen. Tal vez Tecla no es una profana, sino profanada, y su asesinato no es una simple injusticia, sino una verdadera blasfemia contra el carácter sagrado que impera. ¿Qué hay de sagrado en ella que trastoca a la víctima y al culpable?

Tecla y Pablo son extranjeros en Antioquía, por lo que el primer vínculo sagrado que Alejandro ignora es, sin duda, el de la hospitalidad: la forastera no le debe nada, era él quien debía haber sido acogedor. Pero, sobre todo, el suyo es un verdadero acoso sexual que se evoca en términos de una profanación, y sugiere una cierta sacralidad del cuerpo femenino. Acostumbrados incluso a santas recientes con historias similares (una propuesta sexual rechazada, insinuaciones sobre la víctima, la intuición de que la violencia es un sacrilegio), los cristianos occidentales dan por sentado fácilmente que Tecla es virgen. De hecho, lo es, pero la cuestión va mucho más allá de la pureza moral o la integridad física. En Asia Menor de los siglos I y II, “virgen” significaba en primer lugar “soltera”, es decir, una condición más allá de todos los esquemas previstos. Tecla rechazó un matrimonio concertado para seguir a Paolo y se unió a sus viajes a pesar de las consecuentes habladurías. En ella, la virginidad y la audacia van de la mano. Por lo tanto, no es de extrañar cuando, acosada por Alejandro entre la gente, ella grita, le arranca el manto y le quita la corona. Alejandro está molesto ya que, como exigían las formas de la época, ya le había pedido permiso a Pablo para llevársela y este le había respondido “no la conozco, no es mía”. Pensó entonces que tenía vía libre porque la joven no era de Pablo. Pero la frase “no es mía”, desde el punto de vista de la fe, dice mucho más: Tecla no es “suya” (de Pablo) porque pertenece a Cristo y él no puede sino reconocer su plena dignidad, autonomía y fuerza. Esta joven actúa impulsada por la libertad que el Señor le ha dado y aquí está el fuego de su santidad. Alejandro lo había entendido bien: Tecla era libre. Tan totalmente libre que incluso contravenía las convenciones sociales.

La vida de Tecla transcurre a través de escándalos, decisiones valientes y riesgos. Si hay algo entonces que se debe mantener como sagrado en Tecla, si hay algo que se debe proteger de toda violencia, no es la debilidad física o un cuerpo inmaculado, sino el estatus de libertad que para las comunidades cristianas es siempre un regalo del Espíritu y signo de la dignidad de los seres humanos, mujeres y hombres. “¡Sacrilegio!, ¡sacrilegio!”, hemos de gritar cuando la libertad se ve amenazada y frustrada.

de Alice Bianchi
Doctoranda en Teología Fundamental, Coordinadora de Teólogas Italianas