En la mañana del viernes 22 de octubre, el Papa Francisco acudió a la curia general de las Hijas de María Auxiliadora, en la Via dell'Ateneo Salesiano, en Roma, para encontrarse con las doscientos participantes en el xxiv capítulo general de la congregación religiosa. La asamblea, dedicada al tema “Haced lo que os diga (Jn 2, 5). Comunidades generadoras de vida en el corazón de la modernidad”, comenzó el pasado 17 de septiembre y finalizará el próximo domingo. Publicamos, a continuación, el discurso pronunciado por el Pontífice.
Le deseo, Madre, un buen trabajo, junto con el nuevo Consejo. Y damos las gracias a la Superiora y a las consejeras salientes. Espero que la Madre vuelva a África... ¡Y si no hay lugar en África, en la Patagonia!
En estos días de trabajo habéis seguido el tema "Comunidades generadoras de vida en el corazón del mundo contemporáneo", iluminándolo con las palabras de María en las bodas de Caná: «Haced todo lo que Él os diga» (Jn 2,5). Este es el gesto más hermoso de la Virgen: la Virgen nunca toma para sí, siempre señala a Jesús. Pensad en esto: imitad a la Virgen y haced lo mismo [hace el gesto de indicar]. Por un lado, pues, tener muy presente el contexto social multicultural, marcado por tensiones y desafíos a veces incluso dramáticos, como los causados por la pandemia; al mismo tiempo, escuchar la palabra del Señor, su voluntad, precisamente en este tiempo tan frágil e incierto, con las formas de pobreza que la crisis actual ha producido y multiplicado. Lo sabéis, es terrible. La pobreza se ha multiplicado, incluso la pobreza oculta. Muchas familias acomodadas, o al menos de clase media, no tienen suficiente para vivir. La pandemia ha provocado tantas desgracias.
Despertar la frescura original de la fecundidad vocacional del Instituto: este es el objetivo que os habéis marcado. Es una perspectiva clave para responder a las necesidades del mundo actual, que necesita descubrir en la vida consagrada «el anuncio de lo que el Padre, a través del Hijo en el Espíritu, realiza con su amor, su bondad, su belleza» ( civcsva , Para el vino nuevo, odres nuevos, 6). Esto no significa negar las fragilidades y las dificultades presentes en las comunidades, sino creer que esta situación puede ayudarlas a transformar el día de hoy en un kairós, un tiempo favorable para ir a las raíces carismáticas, para trabajar en lo esencial, redescubriendo, vosotras las primeras, la belleza de la vida consagrada. Este reto os invita a renovar vuestro “sí” a Dios en este tiempo, como mujeres y comunidades que se dejan interpelar por el Señor y por la realidad. Y así se convierten en profecía del Evangelio, en testimonio de Cristo y de su forma de vida.
El Vaticano ii indicó a la Iglesia este camino, que es el camino de Dios: encarnación en la historia, inmersión en la condición humana. Pero esto presupone un firme arraigo en Cristo, para no estar a merced de la mundanidad en sus diversas formas y disfraces. No olvidéis que el peor mal que puede ocurrir en la Iglesia es la mundanidad espiritual. Casi puedo decir que parece peor que un pecado, porque la mundanidad espiritual es ese espíritu tan sutil que ocupa el lugar del anuncio, que ocupa el lugar de la fe, que ocupa el lugar del Espíritu Santo. El padre De Lubac, en su libro Méditation sur l'Eglise, habla de esto en las últimas páginas. Id a buscarlas. Las últimas cuatro páginas. Dice esto que es muy fuerte: la mundanidad espiritual es el peor mal que le puede pasar a la Iglesia, peor que el escándalo en la época de los Papas concubinos. Es fuerte. El diablo entra en las casas religiosas por esta vía. A mí me ayuda a entender cómo entra el diablo entre nosotros. Y no es un pecado, no es una monja matando a otra —¡un escándalo!— o que insulta a otra, no, eso es un pecado feo, todos se escandalizan, piden perdón... No. Jesús nos enseña cómo entra el diablo aquí, y dice lo siguiente: “Cuando el espíritu inmundo ha sido expulsado de una persona, se va, vaga por los desiertos, se aburre, y entonces dice: !Volveré a mi casa para ver cómo está'. Una casa toda limpia, toda bonita, toda preparada. Y va, encuentra a siete diablos peores que él y entra en esa casa”. Pero no entra por la fuerza, no, entra educadamente: toca el timbre, da los buenos días. Son demonios educados. No nos damos cuenta de que están entrando. Así que entran despacio y decimos: “Ah, qué bonito, qué bonito, ven, ven...”. Y al final, la condición de ese hombre es peor que al principio. Así sucede con la mundanidad espiritual. Gente que lo ha dejado todo, ha renunciado al matrimonio, ha renunciado a los hijos, a la familia... y acaban —perdón por la palabra— “solteronas”, es decir mundanas, preocupados por esas cosas... Y el horizonte se cierra, porque dicen: “Ésta ni siquiera me ha mirado, aquélla me ha insultado, aquélla...”. Los conflictos internos que encierran. Por favor, huid de la mundanidad espiritual. Y también del estatus: “Soy religioso, soy religiosa...”. Examinad esto. Es lo peor que puede pasar. Es como un [...] que poco a poco te quita las fuerzas. Y en lugar de ser mujeres consagradas a Dios, se convierten en “señoritas educadas”. [...] donde hay servicio misionero, donde hay servicio, donde hay mortificación, para tolerarse mutuamente. Y san Juan Berchmans solía decir: “Mi mayor penitencia es la vida comunitaria”. ¡Y se necesita! Se necesita mucha penitencia para tolerar a los demás. [...] Pero tened cuidado con la mundanidad espiritual. No es que para vivir haga falta cambiar de móvil, que necesite esto, lo otro, irme de vacaciones a la playa... Estoy hablando de cosas reales. Pero la mundanidad es ese espíritu que te lleva a no estar en paz o con una paz no hermosa, una paz sofisticada.
Para vosotras, consagradas, esto requiere una fidelidad creativa al carisma, y por eso siempre volvéis al carisma. ¿El carisma es una reliquia? No, es una realidad viva, no una reliquia embalsamada. Es vida que crea y avanza, no una pieza de museo. Así que la gran responsabilidad es colaborar con la creatividad del Espíritu Santo, para revisar el carisma y asegurar que exprese su vitalidad en el día de hoy. De ahí surge la verdadera “juventud”, porque el Espíritu hace nuevas todas las cosas. Y encontramos religiosas y religiosos mayores que parecen más jóvenes —como el buen vino— a quienes la fuerza del Espíritu ayuda a encontrar nuevas expresiones del mismo don que es el carisma. Un carisma que es igual para todas, pero diferente para todas. Es el mismo, pero con los matices de la propia persona; y eso quiere decir que esa persona está llena de aquel carisma, es creativa también en el carisma. No sale del carisma, no. Es el carisma mismo. Es la creatividad la que da fidelidad al carisma. Este es el camino de la Iglesia que nos han mostrado los santos papas del Concilio y del período postconciliar: Juan xxiii , Pablo vi , Juan Pablo i —próximamente beatificado— y Juan Pablo ii , cuya memoria celebramos hoy.
Otro aspecto que veo en el tema del Capítulo es la necesidad de que crezcan comunidades entretejidas con relaciones intergeneracionales, interculturales, fraternales y cordiales. Para ello podéis recurrir a vuestro espíritu de familia, que caracterizó a la primera comunidad, en Mornese, y que os ayuda a ver la diversidad como una oportunidad para acoger y escuchar, valorando las diferencias como una riqueza. En esta perspectiva, os animo también a proseguir vuestro compromiso de trabajar en relación con otras congregaciones, buscando vivir relaciones de reciprocidad y corresponsabilidad. Pero esto se puede hacer bien si dentro de tu propia congregación tienes una buena relación, no huyendo a otras congregaciones porque no eres capaz de tolerar la tuya. Esto es para vosotras un modo concreto de vivir la sinodalidad; y, también aquí, el presupuesto es la docilidad al Espíritu Santo, la apertura a sus novedades y sorpresas.
Me gustaría detenerme en esto: en la intergeneracionalidad. Recuerdo una vez una congregación religiosa —no la vuestra— en Argentina, que había tenido problemas, hace muchos años, cuarenta años más o menos. La Madre General era una monja que sabía organizar, y dijo: “No, no: aquí hace falta juventud”, porque en aquella época había muchas vocaciones. Las ancianas estaban todas en una residencia y las jóvenes aparte. Pero esto es un pecado, ¡un pecado contra la familia! Las ancianas deben vivir, en la medida de lo posible, en la comunidad de vida. Y un deber de los jóvenes es cuidar a los mayores, aprender de ellos, dialogar con los mayores. Si no existe este intercambio en una congregación, es el camino que lleva a la muerte. [Muestra una imagen que se ha distribuido, en la que se ve a un monje joven llevando a un anciano sobre sus hombros] Esta que he traído... Este monje joven llevando a un anciano. Esta es la “profesión” del joven. Poder tener abuelas, abuelos en casa. Recuerdo que en esa congregación, que mencioné antes, las ancianas se morían de corazón roto . "Está muerta... Está mal...". El corazón roto venía de la tristeza de no poder disfrutar de las nuevas generaciones. Haced un examen de conciencia: ¿cómo acojo a los ancianos? Es cierto que los mayores a veces se vuelven algo caprichosos —somos así— y los defectos en la vejez se acentúan; pero también es cierto que los mayores tienen esa sabiduría, esa gran sabiduría de la vida: la sabiduría de la fidelidad de envejecer en la vocación. Y gracias por todo lo que haréis. No aislar nunca a los ancianos. Sí, habrá residencias para ancianos que no pueden llevar una vida normal, tienen que estar en la cama… Pero ir allí todo el tiempo, visitar a los ancianos, visitarlos... ¡Son el tesoro de la historia! Me ayuda mucho la experiencia de Santa Teresa del Niño Jesús, cuando acompañó a una monja anciana que apenas podía caminar. Pero era una monja ligeramente neurótica, algo que sucede a veces. Y Teresa hacía de todo... Y Teresa nunca apagaba su sonrisa. La traía y la sentaba, y luego le cortaba el pan. La pobre anciana, que era un poco neurótica, se quejaba de todo, pero la miraba con cariño. Y sucedió una vez que, en el camino del coro al refectorio, se oía bullicio fuera, se escuchaba música de baile, había una fiesta cerca. Y Teresa dijo: “Nunca cambiaré esto por aquello”. Había comprendido la grandeza de la vocación. El respeto a las personas mayores. Por favor, ¡traed a los ancianos!
La misma apertura al Espíritu os permite perseverar en vuestro compromiso de ser comunidades generadoras en el servicio a los jóvenes y a los pobres. Comunidades misioneras, en salida, tendidas a anunciar el Evangelio a las periferias, con la pasión de las primeras Hijas de María Auxiliadora. Esa pasión es impresionante, la de los primeros salesianos. Verdaderamente, asombraba a los chicos y a las chicas. En un libro que os he traído —se lo dejaré a la Madre General—, un libro que habla de un sacerdote salesiano de Lodi que fue misionero en Argentina, el P. Enrico Pozzoli, en la introducción del libro —es interesante— muestra el número de salesianos que Don Bosco envió a Argentina. ¡Tantos! Y cuando llegaron a Buenos Aires —esta es la belleza de los primeros salesianos— no fueron a los barrios de clase media, no, fueron a buscar las fronteras... ¿Qué atrae la vocación? Santidad, celo. Buscadlo, ved este espíritu misionero... A propósito de los jóvenes, quiero animaros, porque no es fácil acompañar a los chicos y chicas adolescentes. Bien lo saben los padres y también vosotras. Por eso también quise el Sínodo para los jóvenes y con los jóvenes, del que salió la Exhortación Christus vivit. Sé que la utilizáis; os animo a seguir haciéndolo, estoy seguro de que allí podréis encontrar varias ideas en armonía con vuestro carisma y vuestro servicio educativo.
Queridas hermanas, sé que os estáis preparando para celebrar el 150 aniversario de la fundación del Instituto. Esta también es una oportunidad de renovación y revitalización vocacional y misionera. No olvidéis la gracia de los orígenes, la humildad y la pequeñez de los comienzos que hicieron transparente la acción de Dios en la vida y en el mensaje de quienes, llenas de asombro, iniciaron este camino. María Auxiliadora os ayudará: ¡sois sus hijas! Sus palabras en las bodas de Caná fueron y son un faro de luz para vuestro discernimiento: «Haced lo que Él os diga». María es la mujer atenta, plenamente encarnada en el presente y solícita, una mujer que se preocupa. A su manera, ojalá estéis a la escucha de la realidad, captar las situaciones de necesidad, cuando falta el “vino”, es decir, la alegría del amor, y llevar a Cristo, no con palabras, sino con el servicio, con la cercanía, con la compasión y la ternura. Me detengo aquí. Para mí algo muy feo, es una religiosa enfadada, una religiosa que parece desayunar no con leche sino con vinagre. Sed madres. Ternura. El estilo de Dios es siempre la cercanía. Lo dijo al principio, en el Deuteronomio: “Pensad: ¿qué pueblo tiene sus dioses tan cerca como vosotros a mí?”. La cercanía. Y la cercanía de Dios es siempre compasiva y tierna. La cercanía es compasión y ternura. Cada día, en vuestro examen de conciencia, preguntaos: “Hoy, ¿he estado cerca? ¿He sido compasiva? ¿He sido tierna?”. Adelante con esto. Utilizad mucho la palabra ternura. Es importante para la forma de ser. Llevad la esperanza que no defrauda. La verdadera esperanza. Sed como María, mujeres de esperanza. Vosotras lo hacéis partiendo de la identidad salesiana, con el estilo salesiano: sobre todo la escucha, la presencia activa, el amor a los jóvenes. La creatividad del momento, como decía Don Bosco.
Ese «la Madre de Jesús estaba allí» (Jn 2,1) del Evangelio de las bodas de Caná, en vuestras Constituciones se convierte en «María está activamente presente en nuestra vida y en la historia del Instituto» (cf. Const. fma , 44). Acompañadas por ella, avanzad con entusiasmo por el camino que el Espíritu os sugiere. Con el corazón abierto para recibir el empuje de la gracia de Dios, con una mirada atenta para reconocer las necesidades y urgencias de un mundo en continuo cambio. Mirad al cambio, pero con un corazón siempre enamorado del Señor. Un corazón de madre, un corazón cercano, con compasión y ternura.
¡Y gracias por este encuentro! Gracias por lo que sois y por lo que hacéis. Estoy cerca de vosotras en la oración y os bendigo a vosotras y a todas vuestras hermanas en el mundo. Y os pido que recéis por mí: ¡no es fácil ser el Papa!