Un llamamiento a «abandonar el camino de la violencia, que es siempre un perdedor» y «es una derrota para todos», fue lanzado por el Papa al finalizar el Ángelus recitado a medio día del 17 de octubre desde la ventana del Estudio privado del Palacio apostólico vaticano. A los fieles reunidos en la plaza de San Pedro y a los que estaban conectados a través de los medios de comunicación, Francisco recordó los recientes atentados que han tenido lugar en Noruega, Afganistán e Inglaterra, expresando «cercanía a los familiares de las víctimas» y reiterando que la «violencia genera violencia». Anteriormente, como es habitual, el Pontífice había comentado el pasaje evangélico de la liturgia dominical, tomada de Marcos (10, 35-45).
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de la Liturgia de hoy (Mc 10,35-45) cuenta que dos discípulos, Santiago y Juan, piden al Señor sentarse un día junto a Él en la gloria, como si fueran “primeros ministros”, o algo así. Pero los otros discípulos los escuchan y se indignan. A este punto Jesús, con paciencia, les ofrece una gran enseñanza: la verdadera gloria no se obtiene elevándose sobre los otros, sino viviendo el mismo bautismo que Él recibirá, dentro de poco tiempo, en Jerusalén, es decir, la cruz. ¿Qué quiere decir esto? La palabra “bautismo” significa “inmersión”: con su Pasión, Jesús se sumergió en la muerte, ofreciendo su vida para salvarnos. Por tanto, su gloria, la gloria de Dios, es amor que se hace servicio, no poder que aspira a la dominación. No poder que aspira al dominio, ¡no! Es amor que se hace servicio. Por eso Jesús concluye diciendo a los suyos y también a nosotros: «el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor» (Mc 10,43). Para hacerse grandes, tendréis que ir en el camino del servicio, servir a los otros.
Estamos frente a dos lógicas diferentes: los discípulos quieren emerger y Jesús quiere sumergirse. Detengámonos sobre estos dos verbos. El primero es emerger. Expresa esa mentalidad mundana por la que siempre somos tentados: vivir todas las cosas, incluso las relaciones, para alimentar nuestra ambición, para subir los peldaños del éxito, para alcanzar puestos importantes. La búsqueda del prestigio personal se puede convertir en una enfermedad del espíritu, incluso disfrazándose detrás de buenas intenciones; por ejemplo cuando, detrás del bien que hacemos y predicamos, en realidad nos buscamos solo a nosotros mismos y nuestra afirmación, es decir, ir adelante nosotros, trepar… Y esto también lo vemos en la Iglesia. Cuántas veces, los cristianos, que deberíamos ser servidores, tratamos de trepar, de ir adelante. Por eso, siempre necesitamos verificar las verdaderas intenciones del corazón, preguntarnos: “¿Por qué llevo adelante este trabajo, esta responsabilidad? ¿Para ofrecer un servicio o para hacerme notar, ser alabado y recibir cumplidos?”. A esta lógica mundana, Jesús contrapone la suya: en vez de elevarse por encima de los demás, bajar del pedestal para servirlos; en vez de emerger sobre los otros, sumergirse en la vida de los otros. Estaba viendo en el programa “A sua immagine” ese servicio de las Cáritas para que a nadie le falte comida: preocuparse por el hambre de los otros, preocuparse de las necesidades de los otros. Mirar y abajarse en el servicio, y no tratar de trepar para la propia gloria.
Y ahí está el segundo verbo: sumergirse. Jesús nos pide que nos sumerjamos. Y ¿cómo sumergirse? Con compasión, en la vida de quien encontramos. Ahí [en ese servicio de Cáritas] estábamos viendo el hambre: y nosotros, ¿pensamos con compasión en el hambre de tanta gente? Cuando estamos delante de la comida, que es una gracia de Dios y que nosotros podemos comer, hay mucha gente que trabaja y no logra tener la comida suficiente para todo el mes. ¿Pensamos en esto? Sumergirse con compasión, tener compasión. No es un dato de enciclopedia: hay muchos hambrientos… ¡No! Son personas. ¿Y yo tengo compasión por las personas? Compasión de la vida de quien encontramos, como ha hecho Jesús conmigo, contigo, con todos nosotros, se ha acercado con compasión.
Miramos al Señor Crucificado, sumergido hasta el fondo en nuestra historia herida, y descubrimos la manera de hacer de Dios. Vemos que Él no se ha quedado allí arriba en los cielos, a mirarnos de arriba a abajo, sino que se ha abajado a lavarnos los pies. Dios es amor y el amor es humilde, no se eleva, sino que desciende, como la lluvia que cae sobre la tierra y trae vida. ¿Pero qué hay que hacer para ponerse en la misma dirección que Jesús, para pasar del emerger al sumergirse, de la mentalidad del prestigio, esa mundana, a la del servicio, la cristiana? Requiere compromiso, pero no es suficiente. Solos es difícil, por no decir imposible, pero tenemos dentro una fuerza que nos ayuda.
Es la del Bautismo, de esa inmersión en Jesús que todos nosotros hemos recibido por gracia y que nos dirige, nos impulsa a seguirlo, a no buscar nuestro interés sino a ponernos al servicio. Es una gracia, es un fuego que el Espíritu ha encendido en nosotros y que debe ser alimentado. Pidamos hoy al Espíritu Santo que renueve en nosotros la gracia del Bautismo, la inmersión en Jesús, en su forma de ser, para ser más servidores, para ser siervos como Él ha sido con nosotros.
Y recemos a la Virgen: Ella, incluso siendo la más grande, no ha tratado de emerger, sino que ha sido la humilde sierva del Señor, y está completamente inmersa a nuestro servicio, para ayudarnos a encontrar a Jesús.
Al finalizar la oración mariana, el Papa animó la campaña de oración promovida por Ayuda a la Iglesia necesitada y recordó la beatificación en Córdoba de 127 mártires. Después del llamamiento contra la violencia, saludó algunos grupos presentes en la plaza de San Pedro.
¡Queridos hermanos y hermanas!
Hoy la Fundación Ayuda a la Iglesia necesitada da cita en las parroquias, escuelas y familias con la iniciativa “Por la unidad y la paz, un millón de niños reza el Rosario”. Animo esta campaña de oración, que este año de forma particular se encomienda a la intercesión de san José. ¡Gracias a todos los niños y las niñas que participan! Muchas gracias.
Ayer en Córdoba, España, fueron beatificados el sacerdote Juan Elías Medina y 126 compañeros mártires: sacerdotes, religiosas, seminaristas y laicos, asesinados por odio a la fe durante la violenta persecución religiosa de los años 30 en España. Su fidelidad nos da la fuerza a todos nosotros, especialmente a los cristianos perseguidos en diferentes partes del mundo, la fuerza de testimoniar con valentía el Evangelio. ¡Un aplauso a los nuevos beatos! La semana pasada hubo varios atentados, por ejemplo, en Noruega, Afganistán, Inglaterra, que provocaron numerosos muertos y heridos. Expreso mi cercanía a los familiares de las víctimas. Os pido, por favor, abandonad el camino de la violencia, que es siempre un perdedor, que es una derrota para todos. Recordemos que la violencia genera violencia.
Os saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos de varios países. En particular, saludo a las hermanas “Medee” que celebran su Capítulo general, la Confederación de los Pobres Caballeros de San Bernardo de Chiaravalle, los empresarios africanos reunidos para su encuentro internacional, los fieles de Este, Cavallino y Ca’ Vio (Venecia), los jóvenes de la Confirmación de Galzignano.
Saludo y bendigo la “Peregrinación ecuménica para la justicia ecológica”, formado por cristianos de diferentes confesiones, que han salido de Polonia hacia Escocia con ocasión de la cumbre sobre el clima cop 26.
Y a todos vosotros os deseo un feliz domingo. Por favor no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!