· Ciudad del Vaticano ·

Pasiones

Historia de amor y de Teología

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04 septiembre 2021

Abelardo y Eloísa una relación total que se convierte en intelectual y espiritual


“A su señor, más bien, su padre; a su marido, más bien, su hermano; a su dama, más bien, su hija; a su esposa, más bien, su hermana: a Abelardo Eloísa”. Las palabras de esta primera carta que Eloísa escribe a Abelardo tras años de dolorosa separación reflejan la condición existencial y psicológica de esta pareja que paso a la Historia como prototipo de amor infeliz por las pasiones y el drama de los acontecimientos de los que fueron protagonistas.

Cuando se conocieron en París, hacia 1117, él tenía casi 40 años, ella 17. Él estaba en la cima de la fama como filósofo, mientras ella destacaba por su inteligencia y sabiduría. Sobre todo, sorprendía en el ambiente parisino de la época que una joven emprendiera el estudio de la filosofía y la teología fuera de los tranquilizadores muros de un monasterio. Este estupor, mezclado con admiración y atracción, atrapa al maestro Abelardo que se enamora de la alumna, - “que tenía lo que más seduce a los amantes”, explicaba -. Comenzaron una relación clandestina que culminó con el nacimiento de un hijo, Astrolabio. El matrimonio secreto, deseado por Abelardo que, como clérigo, no quería comprometer su posición académica, no apaga el enfado de la familia de Eloísa los cuales, seguros de que el filósofo no quería asumir las debidas responsabilidades hacia la mujer y el niño, para vengarse, lo castraron con nocturnidad y alevosía. Un Abelardo desesperado buscó refugio en la abadía de Saint-Denis, donde se convirtió en monje benedictino. Eloísa se vio obligada a retirarse al monasterio de Argenteuil. Él se dedicó al estudio y la enseñanza de la teología, entrando en conflicto con monjes y estudiosos. Ella, convertida en abadesa del monasterio del Paráclito, llevó una vida de oración y meditación. Durante diez largos años no se habían visto, pero la noticia de los peligros que atravesaba Abelardo empujó a Eloísa a escribirle para tener noticias de él.

Así nació un epistolario intenso que permite conocer más en profundidad su relación humana y espiritual. Ambos, de hecho, a través de la separación, tuvieron la oportunidad de elaborar su dolor y años después fueron capaces de reconstruir un vínculo que ya no se basaba en la sujeción del discípulo a su maestro o en la pasión amorosa, sino en la recíproca estima que les ayudó a sentirse unidos en una intensa red de colaboración que les permitió reconocerse y alcanzar la paz interior. Abelardo, con su cultura, ayudaba a Eloísa y a las monjas del convento a poner en valor su identidad femenina trazando la historia del papel positivo desempeñado por la mujer en la Biblia y en la historia de la Iglesia. Eloísa, por su parte, hablaba a Abelardo, el célebre maestro de la moral, de su autonomía de conciencia que la había llevado a elecciones valientes, a vivir un amor desinteresado con abnegación y a poner en práctica esa ética de la intencionalidad teorizada por el filósofo y transformada por ella en una ética de la responsabilidad. Para ella, el significado moral de una acción no radicaba en el comportamiento externo, sino en la intención que mueve a quienes actúan y que revela el valor esencial de la acción: “Debemos evaluar cuidadosamente, no las cosas que hacemos, sino el espíritu con el que las hacemos”. Esto le permitió lanzar su grito de dolor al reivindicar la legitimidad de su pasión por él, no nacida del pecado, sino inspirada por el amor y que la hizo afirmar paradójicamente: “Yo, que he pecado mucho, soy completamente inocente”. El pecado se disuelve frente a la verdad del amor.

Abelardo recomendó a Eloísa y sus hermanas aprendieran hebreo y griego para comprender la Sagrada Escritura. Y Eloísa, una erudita madura y escrupulosa, le respondió con 42 preguntas exegéticas para una comprensión más correcta de la Biblia y, en consecuencia, para su diferente aplicación en las elecciones éticas que la vida real conlleva. La unidad de la vocación cristiana, la positividad de la experiencia del matrimonio, la centralidad de la conciencia ética, el fundamento de toda acción y la atención a la persona humana considerada en su individualidad específica son maduradas en Eloísa dialogando con Abelardo y meditando sobre la Biblia, por lo que demuestra su conocimiento y sentido crítico. En su condición de mujer, Eloísa sintió fuertemente la necesidad de una norma de vida monástica dirigida a las especificidades del sexo femenino. Por eso, polemizó amargamente con el mundo religioso masculino y, en concreto, con la regla benedictina, concebida y fijada para los hombres y que tantas veces mortificaba a la persona en nombre de una norma objetiva y externa.

Abelardo murió el 21 de abril de 1142. Eloísa le sobrevivió durante veintidós años. En 1792 se unieron los restos de ambos para que pudieran estar juntos al menos en la muerte. En 1817, la tumba se colocó en el cementerio de Père Lachaise en París.

de Adriana Valerio
Historiadora y Teóloga. Docente de Historia del Cristianismo y de las Iglesias en la Universidad Federico II de Nápoles