«Vuestras comunidades de acogida son un signo de esperanza» para muchas madres y niños que han logrado liberarse «ataduras de la violencia» y «del maltrato». Lo subrayó el Papa Francisco en el discurso dirigido a los doscientos miembros de la fundación Arché, recibidos en audiencia en la mañana del jueves 2 de septiembre, en la Sala Clementina.
Queridos hermanos y hermanas, buenos días:
Gracias por haber venido a contarme vuestra historia, no sólo con palabras, sino con vuestros rostros y vuestra presencia. Doy las gracias a Don Giuseppe Bettoni por su presentación y, sobre todo, por su trabajo durante estos treinta años —pero, ¿tú has empezado a trabajar desde la Primera Comunión? [ríe, risas]— desde que comenzó vuestro compromiso de acoger a las madres con hijos. La habéis llamado "Arché", que recuerda el origen, el principio, y sabemos que en el principio está el Amor, el amor de Dios. Todo lo que es vida, todo lo que es bello, bueno y verdadero viene de ahí, de Dios que es amor, como la vida humana viene del corazón y del seno de una madre, y del seno de una Madre vino Jesús, que es el Amor que se hizo carne, que se hizo hombre.
Y así, en esta lógica, al principio están los rostros: para vosotros son los rostros de esas madres y de esos niños que habéis acogido y ayudado a liberarse de las ataduras de la violencia y el maltrato. También mujeres migrantes que llevan en sus carnes experiencias dramáticas.
Vuestras comunidades de acogida son un signo de esperanza en primer lugar para ellas, para estas mujeres y sus hijos. Pero también son un signo de esperanza para vosotros que compartís vuestras vidas con ellos y para los voluntarios, los jóvenes, las jóvenes, las parejas jóvenes que en estas comunidades experimentan el servicio no sólo para los pobres —algo muy bueno— pero es todavía más bueno con los pobres. La Madre y el Niño es un icono muy familiar para nosotros los cristianos. Para vosotros no se ha quedado sólo en una bella imagen: la habéis traducido en una experiencia concreta, hecha de historias y rostros concretos. Esto significa ciertamente problemas, dificultades, fatigas... Pero al mismo tiempo significa alegría, la alegría de ver que el compartir abre caminos de libertad, renacimiento y dignidad.
Por eso os doy las gracias, queridos hermanos y hermanas, y os bendigo para que sigáis adelante hasta que el Señor quiera. Os doy las gracias en particular, también en nombre de la diócesis de Roma, porque sé que pasado mañana vais a inaugurar vuestra casa aquí en Roma, una casa que albergará una nueva comunidad. Que sea un lugar donde se viva el estilo de Dios, que es cercanía, ternura y compasión. Y que la estructura esté siempre al servicio de las personas, no al revés. Que el Espíritu Santo renueve siempre en vosotros la alegría del Evangelio, y que la Virgen os proteja. Por favor, rezad también por mí. Gracias.