No son los santos los que nos necesitan, sino nosotros los que no podemos prescindir de ellos. Este es un poco el sentido de las múltiples canonizaciones que se suceden en el curso de la historia de la Iglesia, como las de los siete beatos anunciados por el Papa Francisco en el Consistorio público ordinario del lunes 3 de mayo. El cardenal Marcello Semeraro, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, se inspira en este nombramiento eclesial para ofrecer una visión general del trabajo del dicasterio y de las motivaciones que inspiran las elecciones y los procedimientos de canonización. Habla de ello en esta entrevista con «L’Osservatore Romano».
¿Existe un hilo conductor entre estos candidatos a la canonización?
Los santos son “números primos”. Cada uno, quiero decir, expresa la singularidad, aunque los caminos puedan parecer similares. En la base de todos está siempre la experiencia del amor de Cristo, que inflama el corazón y motiva las opciones valientes. En estas canonizaciones encontramos historias de conversión desde otros credos, como el mártir indio Lázaro, o de mundanidad, como César de Bus y Charles de Foucauld; pero también signos de fecundidad espiritual, como los fundadores de familias religiosas, auténticos rostros de padres y madres en el espíritu. Los santos de este Consistorio pertenecen a distintas épocas: desde el siglo XVI hasta la segunda mitad del siglo XX, como de Foucauld y Justin M. Russolillo: tejen los tiempos con los hilos de la misericordia y el amor de Dios.
Algunos de ellos, como Charles de Foucauld, vivieron el Evangelio en medio de contextos que ciertamente no eran fáciles. ¿Qué mensaje transmite su testimonio a la sociedad actual?
Los que trabajan en la Congregación para las Causas de los Santos suelen notar que una canonización llega precisamente en el “momento oportuno”. En la reciente encíclica Fratelli tutti, Francisco indicó en Charles de Foucauld un modelo de “hermano universal” entre los pueblos del desierto africano (n. 287). Al mismo tiempo, la Providencia quiso que este beato llegara, con la aprobación del milagro necesario, a la santidad canónica. Dios sabe cómo iluminar constantemente el camino de su pueblo y qué antorchas utilizar. De Foucauld es, entre todos, probablemente el más conocido universalmente y, sin embargo, paradójicamente, es el que buscó lo oculto en el misterio de Nazaret. Casi parece corresponder al mandato de Jesús: «Lo que yo os digo en la oscuridad, decidlo vosotros a la luz; y lo que oís al oído, proclamadlo desde los terrados» (Mateo 10, 27).
Entre ellos se encuentran los fundadores y fundadoras de congregaciones religiosas. ¿Cuál es el papel de las personas consagradas?
De hecho, cinco beatos de este Consistorio son fundadores y fundadoras de familias religiosas. San Juan Pablo II, en la exhortación Vita consecrata (1996), escribió que un elemento constante en la historia de la Iglesia está dado precisamente por «los numerosos fundadores y fundadoras, santos y santas, que han optado por Cristo en la radicalidad evangélica y en el servicio fraterno, especialmente de los pobres y abandonados» y añadió que «precisamente este servicio evidencia con claridad cómo la vida consagrada manifiesta el carácter unitario del mandamiento del amor, en el vínculo inseparable entre amor a Dios y amor al prójimo» (n. 5). En el mismo documento se muestra la vida consagrada como un icono de la Transfiguración, a la que se podrá referir tanto la dimensión “contemplativa” como la “activa” de la vida consagrada. Siguiendo a Jesús en la profesión de los consejos evangélicos, las personas consagradas viven de él y gozan de una intimidad esponsal que, en cierto modo, prefigura la Resurrección (cf. Lumen gentium, n. 44). Para el Vaticano II, por tanto, el papel principal de las personas consagradas es recordar a la humanidad la belleza del Cielo y la necesidad ineludible que todos tenemos de él.
¿Para qué sirve proclamar santos?
Sirve a la tierra, no al cielo. El Concilio habló de una vocación universal a la santidad: en la constitución sobre la Iglesia es el capítulo también materialmente central, aquel en el que se revela el misterio de la Iglesia (cap. 1) y que encuentra su plena manifestación en la Santísima Virgen (cap. 7). La proclamación de los santos nos ayuda a convencernos de que esta vocación existe realmente, de que el Evangelio “funciona”, de que Jesús no defrauda, de que podemos confiar en su Palabra. Nuestro trabajo de discernimiento en las causas de los santos no se hace principalmente con la cabeza o los sentimientos, sino con las rodillas, es decir, rezando y pidiendo al Espíritu que nos ilumine. Los santos no necesitan nuestros elogios, —y menos Dios— pero cuando los apreciamos como tales, reconocemos la presencia de Dios en medio de nosotros. ¿Qué puede ser más hermoso y reconfortante para un cristiano que sentirse reconfortado por la cercanía del Señor?
¿Es necesario revisar los procedimientos y criterios aplicados a los procesos de canonización?
Los procedimientos para las causas de los santos se han ido perfeccionando a lo largo de los siglos, sobre todo a partir de las normas de Benedicto XIV, que es el Magister de nuestra Congregación. La Congregación está supervisando la traducción al italiano de De servorum Dei beatificatione et Beatorum canonizatione: una obra monumental en nueve volúmenes, ya casi terminada. El trabajo del departamento se desarrolla bastante bien, con brío, serenidad y buen ritmo. Los momentos emergentes son las reuniones de los cardenales y obispos (“ordinarios”) dos veces al mes y la reunión semanal del “congreso”. En las últimas décadas, han ido apareciendo aspectos mejorables. El más importante de ellos es el Reglamento de los postuladores, que se encuentra en su fase final: su importancia está ligada al objetivo de garantizar la máxima transparencia y seriedad a su trabajo. Sin embargo, hay que admitir que al reducir el aspecto “jurídico” de las causas se corre el riesgo de debilitar el necesario rigor en la averiguación de la verdad, lo que sería un descuido imperdonable. Parece importante, pues, definir claramente desde el principio si una causa debe seguir un curso de acción en lugar de otro: cuando una causa ha alcanzado una etapa tardía per viam virtutum, un cambio posterior hacia el “don de la vida”, o hacia el “martirio”, podría parecer extraño.
La pandemia ha puesto de manifiesto la valentía de muchos médicos, voluntarios y trabajadores sanitarios, pero ¿qué es lo que marca la diferencia en el heroísmo para que pueda ser un signo de santidad?
Dios es amor, toda expresión de auténtica caridad tiene sus huellas. Pero hay diferencias. Mientras los héroes de este mundo muestran lo que el hombre puede hacer, el santo muestra lo que Dios puede hacer. Al canonizar a uno de sus hijos, la Iglesia no exalta una obra humana, sino que celebra a Cristo vivo en él. El heroísmo cristiano proclama a Dios y expande sobre el mundo su gracia y su bendición, de las que no podemos prescindir.
de Nicola Gori