Las modernistas: contestadas y combatidas, pero también
amigas de los Papas
Fueron audaces, fuertes, decididas y feministas comprometidas; algunas solteras, otras casadas; algunas periodistas, escritoras o educadoras, ricas y burguesas, asiduas de debates filosófico-literarios o hijas de los protagonistas del Renacimiento. Otras fueron de extracción obrera y autodidactas. Y todas, sin distinción, fueron mujeres en la frontera que plantearon la exigencia de una fe adecuada a los tiempos cambiantes. Y todas ellas siempre permanecieron aferradas su fe incluso en los momentos más oscuros, incluso cuando algunas fueron apartadas de la Eucaristía.
Las modernistas.
Son mujeres que entre finales del siglo XIX y principios del XX se adhirieron al Modernismo, movimiento al que se opusieron las autoridades eclesiásticas y objeto de la encíclica Pascendi dominii grecis de 1907 de Pío X, que llamaba a los hombres y mujeres que formaban parte de él “rebeldes”. Feministas ante litteram, estas mujeres cultivaron fuertes amistades espirituales e intelectuales masculinas y también estuvieron relacionadas con los Papas. Como Adelaide Coari o como la hermana María.
La noche de Santa Catalina de Alejandría de 1959, Juan XXIII, que nació el 25 de noviembre y que ese día cumplía 78 años, escribió a Adelaide Coari, una de las más conocidas exponentes del modernismo católico. “Excelente señorita, disculpe si las condiciones de vida que me dio la Providencia no me permiten expresarle más profusamente cómo conservo un querido recuerdo de su actividad del último medio siglo. Haciendo la santa voluntad del Señor, esta es nuestra paz. Siga orando por mí. La bendigo de corazón”.
Es la última carta (recogida en el libro de Cettina Militello, Il volto femminile della storia, ed. Piemme) que el Papa Roncalli escribió a Coari (Milán, 4 noviembre, 1881 – Rovegno, 16 febrero, 1966). Muchos leen en esas palabras apoyo y complicidad, quizá incluso una aprobación por parte del Papa a una mujer que siempre fue considerada transgresora por parte del Papa bueno.
Coari es quizás la única mujer modernista que no proviene de una familia adinerada. Comenzó su formación como periodista y como feminista cristiana desde muy joven, con tan solo veinte años, y su primer empleo fue L'Azione muliebre donde trabajó como secretaria de redacción. Posteriormente, en 1904, con el apoyo del cardenal Andrea Ferrari y la Fascio Demócrata Cristiana, fundó Pensiero e Azione en Milán que dirigió hasta su clausura en 1908. Fue una pedagoga que elaboró una propuesta innovadora para la época, como sostiene Roberta Fossati en su libro Verso l’ignoto. Donne moderniste di primo Novecento, ed. Nerbini. Durante años luchó a favor del nacimiento de asociaciones de trabajadoras, de escuelas de economía doméstica y por una legislación que proteja a las mujeres trabajadoras y a sus hijos. Y a ella le debemos el primer programa feminista que posteriormente se concretó en una conferencia en 1907 con todas las fuerzas católicas; fue un verdadero manifiesto de adhesión al sufragismo y una política completa de derechos para las mujeres. Entre los pilares fundamentales se recoge “la igual remuneración por igual trabajo” (un objetivo del que las mujeres de hoy todavía están muy lejos), “escuelas especiales para campesinos y trabajadoras; libertad de administración de los bienes de la mujer casada; paternidad compartida; extensión de la responsabilidad penal del seductor hasta que el seducido cumpla 21 años; inspectores asalariados para el cumplimiento de la legislación laboral para mujeres y niños; y voto administrativo”. Tales propuestas recibieron el aplauso, en privado, del cardenal Andrea Ferrari.
A principios del siglo XX, la feminista cristiana más comprometida y militante era reconocida como Elisa Salerno [Vicenza, 16 de junio de 1873 - Vicenza, 15 de febrero de 1957], que ataca al antifeminismo de algunas jerarquías eclesiásticas y reivindica el derecho de mujeres al canto litúrgico. Sus batallas fueron las madres solteras, el derecho a saber el nombre del padre o su obligación de casarse con la mujer cortejada. A ella también se le prohibió recibir la Eucaristía. Es famoso su discurso: “Obedezco a la autoridad eclesiástica en todo menos en el antifeminismo, que es contrario a las leyes humanas y divinas”. (sobre Elisa Salerno “Una mujer nacida demasiado pronto” en Mujeres, Iglesia, Mundo, enero de 2021, ed.).
Durante 20 años, la hermana María di Campello (Turín, 24 de enero de 1875 - Campello sul Clitunno, 5 de septiembre de 1961) mantuvo correspondencia Gandhi, quien le escribió una carta cada 2 de octubre, día de la fecha de nacimiento del Mahatma, y a la que ella siempre respondía con un “Querido Bapu”. También se escribió con Primo Mazzolari, don Orione, David Turoldo y Albert Schweitzer; y mantuvo una fuerte amistad con el sacerdote Enrico Buonaiuti, uno de los principales exponentes del modernismo italiano, excomulgado y reducido al estado laical. Este le entregó el cáliz que por la excomunión ya no podía usar.
Considerada “la más ajena” al movimiento, de hecho, para algunos historiadores ni siquiera podía considerarse modernista, sor María nació con el nombre de Valeria-Paola Pignetti. En 1901 ingresó en las Franciscanas Misioneras. Se convirtió en superiora del hospital angloamericano de Roma y ya entonces sus actitudes y papel resultaban inusuales para la época ya que, por ejemplo, concedía a las amantes que estuvieran al pide de la cama de los moribundos. En 1919 obtuvo la dispensa de los votos, abandonó el convento y llegó a la ermita de Campello en el valle de Spoleto sobre las fuentes del Clitunno, donde vivió una vida sencilla de oración.
Sor María era una mística de nacimiento, - como escribe el teólogo Giovanni Vannucci que fue capellán de la ermita y su gran amigo -, tanto es así que, en el período de la crisis más profunda, cuando decidió no alejar a Buonaiuti a pesar de las excomuniones. Decía que de sus acciones solo debía responder a Jesús, afirmando así su total libertad y autonomía: “Tengo a Jesús y Jesús sabe que no tengo nada más que a Él”. Así lo relata en julio de 1925 sor Jacoba, ciega de nacimiento, cercana a ella en la experiencia del Hermitage y que custodia su herencia.
Para ella, la Iglesia era la sociedad de los creyentes, por tanto, extendida a los hermanos israelitas, paganos o de cualquier credo. Su relación con Gandhi se desarrolló a partir de esta forma de pensar. También escribió una carta a Pío XII en la que le pedía poder vivir, como católica, una fe más amplia. La misiva quedó sin respuesta.
Antonietta Giacomelli (Treviso, 15 de agosto de 1857 - Rovereto, 10 de diciembre de 1949), bisnieta de Antonio Rosmini, pagó, con la prohibición temporal de recibir los sacramentos y los libros incluidos en el Index, su activismo a veces radical y su amistad con Romolo Murri, sacerdote y político, uno de los fundadores del socialcristianismo en Italia que sufrió suspensión a divinis y excomunión (después revocada). “Giacomelli atravesó un momento muy duro, casi cruel desde el punto de vista religioso. Fue ella quien propuso la participación de los fieles en el rito de la Misa, que debería haberse celebrado en italiano, allanando el camino para el Concilio Vaticano II. En ella vivía la conciencia del carácter popular de la religión. Una mujer valiente que desafió a la Iglesia oficial”, explica la historiadora y escritora Roberta Fossati. Fue escritora, periodista y promotora de una tertulia literaria que acogía a creyentes y pensadores, tanto italianos como extranjeros. Así nació “L’Unione per il bene”, una asociación que se centraba en el compromiso con los demás. De ahí la iniciativa para San Lorenzo, un barrio popular de Roma, donde Giacomelli y un grupo de colaboradores ayudaban a los inmigrantes, a los sin techo y a los pobres. Para ellos, la Unione compraba casas que alquilaba a precios simbólicos. Giacomelli también fue una firme defensora de los “hermanos separados” al apoyar un ideal de hermandad ecuménica que trascendía las fronteras de las religiones. “Y en ese sentido, adquieren un papel muy importante en el modernismo, - de hecho, entre “las mujeres del reformismo religioso” tal y como las define Lorenzo Bedeschi, director del Instituto de Historia de la Universidad de Urbino -, las “interconfesionales” como Dorette Marie Melegari, que apoyó la separación de las Iglesias del Estado, y Alice Hallgarten Franchetti, en cuya figura se conjugan cultura, fermentos sociales y el redescubrimiento de raíces franciscanas”, añade Fossati.
Expresiones como “las amazonas del catolicismo puro”, o “las faldas vigilantes del modernismo”, como definieron en círculos fundamentalistas a Giacomelli, hacen que sea marginada por lo que acaba por retirarse para vivir en la pobreza en Rovereto. “De estas mujeres queda el ejemplo y el valor. Porque la cuestión femenina en la Iglesia sigue sin resolverse”, comenta la teóloga Cettina Militello.
de Lilli Mandara