Más de un año después de la propagación del coronavirus, hay muchas voces que están preocupadas por el fuerte riesgo de un impacto negativo en la igualdad de género. Planea una seria amenaza a los avances realizados hasta ahora y también un peligro concreto para el cumplimiento del objetivo número 5 de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible de la ONU, “lograr la igualdad de género y empoderar a todas las mujeres y niñas”. Se torna, poco a poco, en una meta cada vez más lejana. Desafortunadamente, no sorprende que las mujeres sigan rezagadas en las estadísticas de igualdad de género y sigan padeciendo, especialmente en algunos sectores económicos, los salarios más bajos y una escasa protección contractual, además de que se les prohíba acceder a los puestos más altos. Es impresionante la medida en que el peso de la pandemia y la recesión económica ha llegado, por muchos factores, a pesar sobre el universo femenino. En Italia, en diciembre de 2020, los datos del Instituto Nacional de Estadística muestran que, de las 101.000 personas que se quedaron sin trabajo en noviembre de 2020, 99.000 eran mujeres. Además, en 2020, 3 de cada 4 empleos perdidos correspondieron a empleos de mujeres. Estos datos se explican, en primer lugar, a la luz de la persistente condición de fragilidad generalizada del mercado laboral femenino (a tiempo parcial y otros contratos precarios) y al hecho de que un alto porcentaje de mujeres están empleadas en sectores económicos con alto riesgo de cierre o contracción brusca de la actividad (comercio al por menor y al por mayor, servicios de alojamiento y restauración, artes y entretenimiento). Pero hay otra serie de razones que no deben subestimarse.
Por tradición, o tal vez sería mejor decir por vocación, a las mujeres siempre les ha correspondido la dimensión del cuidado. En esta emergencia se han encontrado con una carga mayor en el hogar propiciada por las mayores necesidades de los hijos, que han tenido que estudiar desde casa, a la vez que otros miembros de la familia han tenido que teletrabajar también a causa de la pandemia. Prueba de ello es quizás una cifra menos llamativa que las anteriores, pero aún muy significativa y preocupante a medio-largo plazo. En el transcurso de 2020, salvo excepciones, investigadoras y científicas de todo el mundo han visto una reducción significativa en la tasa de productividad científica, a diferencia de lo que les sucedió a sus colegas masculinos que incluso la aumentaron.
En Italia, y es paradójico, un panorama tan sombrío surge precisamente en el año del décimo aniversario de la Ley Golfo-Mosca (del nombre de las dos parlamentarias proponentes) que, gracias a la imposición de una representación femenina en los consejos de empresas públicas, tuvo el efecto indiscutible, por un lado, de desmontar una práctica consolidada que condicionaba los mecanismos de elección, y por otro, de fomentar la presencia de mujeres en los procesos de toma de decisiones.
Aunque entre los efectos indirectos de la citada ley también se menciona con frecuencia el aumento de los llamados modelos a seguir, - imprescindibles para superar estereotipos arraigados -, todavía estamos lejos de afirmar una mentalidad generalizada y verdaderamente consciente en cuanto al talento femenino. Y solo ese cambio de ritmo a nivel cultural, que ya se produce desde los centros de formación, puede ser decisivo para orientar las políticas hacia el bienestar social y la recuperación económica. Más mujeres empleadas y en puestos de liderazgo no es solo un objetivo de desarrollo e igualdad, sino una mejora de la calidad de la dinámica interna de las organizaciones (en términos de procesos de toma de decisiones menos conflictivos y más atentos a los múltiples aspectos que definen su mejor potencial) y del crecimiento económico, ya que el capital humano femenino es capaz de transformarse en valor económico real. No existe ninguna institución internacional que no haya medido aumentos sustanciales en el PIB y no haya trazado el círculo virtuoso del desarrollo y el crecimiento económico desencadenado por la igualdad de género.
Por tanto, es toda la sociedad la que necesita que las mujeres se integren en los procesos organizativos y de toma de decisiones, incluso antes de ser nombradas en roles formales, porque las mujeres son portadoras y cultivadoras de una perspectiva positiva y esperanzadora. La oportunidad que nos ofrece este momento de crisis debe indudablemente impulsarnos a incrementar la protección del empleo y a introducir herramientas más eficaces para apoyar a las mujeres, pero también, y, sobre todo, a darnos cuenta de que mientras nuestras agendas políticas, universitarias y eclesiales no valoren plenamente el género femenino, todos seguiremos perdiendo. Como el Papa Francisco dice, “si nos importa el futuro, si deseamos un mañana floreciente, debemos dar el justo espacio a las mujeres” porque “las mujeres embellecen el mundo y hacen que los contextos sean más inclusivos”. Por lo tanto, es necesario integrar todo el potencial femenino para entregar a las generaciones del mañana una sociedad que, habitada por la riqueza de lo femenino y masculino, esté verdaderamente hecha a medida del género humano.
de Antonella Sciarrone Alibrandi
Profesora de Derecho Económico de la Facultad de Ciencias Bancarias y Financieras y vicerrectora de la Universidad Católica. Consultora del Pontificio Consejo para la Cultura. Miembro del Consejo Directivo de la Autoridad de Supervisión e Información Financiera de la Santa Sede y del Estado Ciudad del Vaticano