«Hoy es necesaria una nueva mirada de la Iglesia sobre la familia», para custodiar la belleza y cuidar «de su fragilidad y sus heridas»: lo subrayó el Papa en el mensaje enviado el viernes 19 de marzo al congreso online «Nuestro amor cotidiano», promovido por el Dicasterio para los laicos, la familia y la vida, por el Vicariato de Roma y del Pontificio instituto teológico Juan Pablo ii, con ocasión de la apertura del Año «Familia Amoris laetitia».
Queridos hermanos y hermanas:
Saludo a todos vosotros que participáis en la conferencia de estudio sobre el tema “Nuestro amor cotidiano”. Mi pensamiento se dirige en particular al cardenal Kevin Joseph Farrell, prefecto del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, al cardenal Angelo De Donatis, vicario de la diócesis de Roma, y a monseñor Vincenzo Paglia, gran canciller del Instituto teológico Juan Pablo II para las Ciencias del Matrimonio y la Familia.
Hace cinco años se promulgó la exhortación apostólica postsinodal Amoris laetitia sobre la belleza y la alegría del amor conyugal y familiar. En este aniversario he invitado a vivir un año de relectura del documento y de reflexión sobre el tema, hasta la celebración de la X Jornada Mundial de las Familias que, si Dios quiere, tendrá lugar en Roma el 26 de junio de 2022. Os agradezco las iniciativas que habéis emprendido con este fin y la contribución que cada uno de vosotros hace en su propio ámbito de trabajo.
Durante este quinquenio, Amoris laetitia ha marcado el inicio de un camino que trata de impulsar un nuevo enfoque pastoral de la realidad de la familia. La intención principal del documento es comunicar, en un tiempo y una cultura profundamente cambiados, que hoy es necesaria una nueva mirada de la Iglesia sobre la familia: no basta con reiterar el valor y la importancia de la doctrina, si no nos convertimos en custodios de la belleza de la familia y si no nos hacemos cargo con compasión de su fragilidad y sus heridas.
Estos dos aspectos están en el corazón de toda la pastoral familiar: la franqueza del anuncio del Evangelio y la ternura del acompañamiento.
Por un lado, anunciamos a las parejas, a los matrimonios y a las familias una Palabra que les ayuda a captar el sentido auténtico de su unión y de su amor, signo e imagen del amor trinitario y de la alianza entre Cristo y la Iglesia. Es la Palabra siempre nueva del Evangelio, de la que puede tomar forma toda doctrina, incluida la de la familia. Y es una Palabra exigente, que quiere liberar las relaciones humanas de la esclavitud que a menudo desfigura su rostro y las hace inestables: la dictadura de las emociones, la exaltación de lo provisional que desalienta los compromisos de por vida, el predominio del individualismo, el miedo al futuro. Frente a estas dificultades, la Iglesia reafirma a los esposos cristianos el valor del matrimonio como proyecto de Dios, como fruto de su gracia y como llamada a ser vivida con totalidad, fidelidad y gratuidad. Este es el camino para que las relaciones, incluso a través de un recorrido marcado por los fracasos, las caídas y los cambios, se abran a la plenitud de la alegría y la realización humana y se conviertan en un fermento de fraternidad y amor en la sociedad.
Por otra parte, este anuncio no puede ni debe darse nunca desde arriba o desde fuera. La Iglesia está encarnada en la realidad histórica como lo estuvo su Maestro, e incluso cuando anuncia el Evangelio de la familia lo hace sumergiéndose en la vida real, conociendo de cerca las fatigas cotidianas de los esposos y de los padres, sus problemas, sus sufrimientos, todas esas pequeñas y grandes situaciones que pesan y a veces obstaculizan su camino. Este es el contexto concreto en el que se vive el amor cotidiano. Habéis titulado así vuestra conferencia: “Nuestro amor cotidiano”. Es una elección significativa. Se trata del amor generado por la sencillez y el trabajo silencioso de la vida de pareja, por ese esfuerzo cotidiano y a veces agotador de los cónyuges, de las madres, de los padres, de los hijos. Un Evangelio que se propusiera como una doctrina caída de lo alto y no entrara en la “carne” de esta cotidianidad, correría el riesgo de quedarse en una bella teoría y, a veces, de ser vivido como una obligación moral. Estamos llamados a acompañar, a escuchar, a bendecir el camino de las familias; no sólo a trazar la dirección, sino a hacer el camino con ellas; a entrar en las casas con discreción y amor, para decir a los cónyuges: la Iglesia está con vosotros, el Señor está cerca de vosotros, queremos ayudaros a conservar el don que habéis recibido.
Anunciar el Evangelio acompañando a las personas y poniéndonos al servicio de su felicidad: así podemos ayudar a las familias a caminar de una manera que responda a su vocación y misión, conscientes de la belleza de los vínculos y de su fundamento en el amor de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Cuando la familia vive bajo el signo de esta comunión divina, que he querido explicitar en sus aspectos existenciales en Amoris laetitia, entonces se convierte en palabra viva de Dios-Amor, pronunciada al mundo y para el mundo. En efecto, la gramática de las relaciones familiares —es decir, de la conyugalidad, de la maternidad, de la paternidad, de la filialidad y de la fraternidad— es la vía por la que se transmite el lenguaje del amor, que da sentido a la vida y calidad humana a toda relación. Es un lenguaje hecho no sólo de palabras, sino también de formas de ser, de cómo hablamos, de las miradas, gestos, tiempos y espacios de nuestra relación con los demás. Los esposos lo saben bien, los padres y los hijos lo aprenden a diario en esta escuela de amor que es la familia. Aquí también tiene lugar la transmisión de la fe entre las generaciones: pasa precisamente a través del lenguaje de las buenas y sanas relaciones que se viven en la familia cada día, especialmente al enfrentar juntos los conflictos y las dificultades.
En este tiempo de pandemia, en medio de tantas dificultades tanto psicológicas como económicas y sanitarias, todo esto ha resultado evidente: los lazos familiares han estado y siguen estando muy probados, pero al mismo tiempo continúan siendo el punto de referencia más firme, el apoyo más fuerte, la salvaguarda insustituible para la estabilidad de toda la comunidad humana y social.
¡Apoyemos, pues, a la familia! Defendámosla de todo lo que comprometa su belleza. Acerquémonos a este misterio de amor con asombro, discreción y ternura. Y comprometámonos a salvaguardar sus vínculos preciosos y delicados: hijos, padres, abuelos... Necesitamos estos vínculos para vivir y vivir bien, para hacer la humanidad más fraterna.
Por lo tanto, el año dedicado a la familia, que comienza hoy, será un momento propicio para continuar la reflexión sobre Amoris laetitia. Y por ello os doy las gracias de todo corazón, sabiendo que el Instituto Juan Pablo II puede contribuir de muchas maneras, en diálogo con otras instituciones académicas y pastorales, al desarrollo de la atención humana, espiritual y pastoral en apoyo de la familia. Os encomiendo a vosotros y a vuestro trabajo a la Sagrada Familia de Nazaret; y os pido que hagáis lo mismo conmigo y con mi ministerio
Roma, San Juan de Letrán, 19 de marzo de 2021
Solemnidad de san José, inicio del Año Familia Amoris laetitia
Francisco