La mundanidad espiritual
«Por favor, cuídense de la mundanidad. Es la puerta de la corrupción»: esta es la recomendación dirigida por el Papa Francisco junto con la invitación a leer las últimas tres páginas de las “Meditaciones sobre la Iglesia” de Henri-Marie de Lubac (1896-1991) — a la comunidad del Pontificio colegio mexicano recibida en audiencia el lunes por la mañana, 29 de marzo, en la Sala Clementina. Después de haber pedido disculpas por haber llegado tarde — explicando en italiano que «la Prefectura de la Casa Pontificia hace muy bien los horarios para que todo vaya bien, pero el Papa no obedece» y en los diferentes encuentros «va más allá de lo que debe hacer y se entusiasma hablando, y así vosotros pagáis la cuenta» del retraso acumulado — el Pontífice pronunció el discurso que publicamos a continuación.
El vivo recuerdo de los encuentros que tuve con el santo Pueblo de Dios en mi visita apostólica a México en el ‘16, que en cierta manera se renueva cada año con la celebración de la Solemnidad de Nuestra Señora de Guadalupe aquí en la Basílica Vaticana, hoy me acompaña, y saludo a todos ustedes, que constituyen la comunidad del Colegio Mexicano. Agradezco al Padre Víctor Ulises Vásquez Moreno las palabras que me ha dirigido en nombre de los presentes. En ellas, pone de relieve algunos de los principales desafíos para la evangelización de México y de todo el continente americano, particularmente en medio de las dificultades que enfrentamos a causa de la pandemia. Y estos retos repercuten hondamente en el actual trayecto de formación permanente que ustedes están realizando aquí en Roma.
Los problemas actuales exigen de nosotros, sacerdotes, que nos configuremos con el Señor y la mirada de amor con la que Él nos contempla. Al conformar nuestra mirada con la suya, nuestra mirada se transforma en una mirada de ternura, de reconciliación y de fraternidad. Solamente contemplando al Señor podemos tener esto.
Y quisiera destacar estos tres rasgos. Ante todo, necesitamos tener la mirada de ternura con que nuestro Padre Dios ve las problemáticas que afligen a la sociedad: violencia, desigualdades sociales y económicas, polarización, corrupción y falta de esperanza, especialmente entre los más jóvenes. Nos sirve de ejemplo la Virgen María, que con ternura de madre refleja el amor entrañable de Dios que acoge a todos, sin distinciones. La configuración cada vez más profunda con el Buen Pastor suscita en cada sacerdote una verdadera compasión, tanto por las ovejas que le son confiadas como por aquellas que se encuentran extraviadas. Compasión. Ternura, compasión, falta una palabra, que con ternura y compasión forman el estilo de Dios: cercanía, compasión y ternura. Ese es el estilo de Dios. Y ese es el estilo de un sacerdote que lucha por ser fiel.
Y sólo dejándonos modelar por Él se intensifica nuestra caridad pastoral, donde nadie queda excluido de nuestra solicitud y oración. Además, esto nos impide recluirnos en casa, o en la oficina o en pasatiempos, y nos anima a salir al encuentro de la gente, a no quedarnos quietos. A no clericalizarnos. No se olviden que el clericalismo es una perversión.
En segundo lugar, necesitamos tener también una mirada de reconciliación. Las dificultades sociales por las que atravesamos, las enormes diferencias y la corrupción nos exigen una mirada que nos haga capaces de tejer los distintos hilos que se han debilitado o han sido cortados en la multicolor tilma de culturas que conforma el tejido social y religioso de vuestra nación, prestando atención, sobre todo, a aquellos descartados a causa de sus raíces indígenas o de su particular religiosidad popular. Los pastores estamos llamados a ayudar a recomponer relaciones respetuosas y constructivas entre personas, grupos humanos y culturas al interior de la sociedad, proponiendo a todos “dejarse reconciliar por Dios” (cf. 2 Co 5,20), comprometerse en el restablecimiento de la justicia.
Y por último, nuestro tiempo actual nos impele a tener una mirada de fraternidad. Los desafíos que enfrentamos son de una amplitud tal que abarcan el tejido social y la realidad globalizada e interconectada por las redes sociales y los medios de comunicación. Por ello, junto a Cristo Siervo y Pastor, hemos de ser capaces de tener una visión de conjunto y unidad, que nos impulse a crear fraternidad, que nos permita poner en evidencia los puntos de conexión e interacción en el seno de las culturas y en la comunidad eclesial. Una mirada que facilite la comunión y la participación fraterna; una mirada que anime y guíe a los fieles a ser respetuosos de nuestra casa común y constructores de un mundo nuevo, en colaboración con todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Y claro, para poder mirar así necesitamos la luz de la fe y la sabiduría de quien sabe “quitarse las sandalias” para contemplar el misterio de Dios y, desde esa óptica, leer los signos de los tiempos. Para ello es indispensable armonizar en la formación permanente las dimensiones académica, espiritual, humana y pastoral. Las cuatros armonizadas. Si uno se va de acá con un doctorado, porque solamente estudió una cosa, perdió el tiempo. “No, pero haré un doctorado…”. Perdiste el tiempo y tu corazón. Pues yo me pregunto: ¿cómo están entonces tu dimensión espiritual, tu dimensión humana, comunitaria y tu dimensión apostólica? Son cuatro dimensiones que se interactúan siempre, y si no se interactúan terminamos rengos en el mejor de los casos.
Y al mismo tiempo, necesitamos tomar conciencia de nuestras deficiencias personales y comunitarias, así como tomar conciencia de las negligencias y faltas que tenemos que corregir en nuestra vida personal, comunitaria, en el colegio, comunitaria en el presbiterio, en las diócesis. Estamos llamados a no subestimar las tentaciones mundanas que pueden llevarnos a un insuficiente conocimiento personal, a actitudes autorreferenciales, al consumismo y a las múltiples formas de evasión de nuestras responsabilidades.
Y siempre me impresionó que De Lubac termina su libro Meditación sobre la Iglesia, las tres últimas páginas, hablando de la mundanidad espiritual. Y tomando un texto de un benedictino antiguo, lo comenta, y dice más o menos así: La mundanidad espiritual, podemos decir la mundanidad pastoral, espiritual, o sea el modo de vivir espiritualmente mundano de un sacerdote, de un religioso, una religiosa, un laico, una laica, la mundanidad espiritual es el peor de los males que le puede suceder a la Iglesia. Literal. Peor aún que la época de los Papas concubinarios. Les sugiero que relean esas tres hojitas al final del libro. Por favor, cuídense de la mundanidad. Es la puerta de la corrupción.
Queridos hermanos y hermanas: teniendo en cuenta la necesidad de no distraer nuestra mirada de Cristo, el Siervo sufriente, les pido encarecidamente que no dejen de profundizar en las raíces de la fe que han recibido en sus distintas Iglesias particulares, y que provienen de un rico proceso de inculturación del Evangelio, del que es modelo Nuestra Señora de Guadalupe, cuya imagen veneran en la capilla del colegio. Ella nos recuerda el amor de elección de su Hijo Jesús al hacernos partícipes de su sacerdocio. Recurran con confianza a la Morenita, Madre de Dios y Madre nuestra, pídanle lo que necesiten, sabiendo que Ella nos tiene bajo su sombra y resguardo. Y no se le escapen, porque Ella los va a esperar por el otro camino. Sabe cómo hacerlo. Siempre está vigilante. Lleven la vida bien, transparente, vida de pecadores que saben levantarse a tiempo, que saben pedir ayuda y que sigan caminando aunque sea en silla de ruedas. Te tocó a vos ahora.
A la Virgen, a la Morenita, y a san José, que es modelo de participación en el misterio redentor con su servicio humilde y silencioso, y cuyo año estamos celebrando, les pedimos que cuiden a todo el Clero de México, a la comunidad de este Pontificio Colegio Mexicano. Que el Señor los bendiga. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí, que lo necesito, porque este trabajo no es nada fácil.