La Biblia no es suficiente
Liliana Franco, presidenta de Clar: las religiosas tienen que estudiar la humanidad
“No podemos quedarnos anclados en “el siempre se ha hecho así”. Hablaba así el Papa de la formación de las religiosas con su habitual tono dulce y persuasivo. Gloria Liliana Franco Echeverri no teme, sin embargo, posicionarse claramente. Religiosa de la Compañía de María y presidenta de la Confederación Caribeña y Latinoamericana de Religiosas y Religiosos (CLAR), además de teóloga a punto de terminar el doctorado, afirma tranquilamente: “Necesitamos audacia”.
¿Qué quiere decir?
“Tenemos que tener la audacia de hacer estructuras más flexibles, más adaptables a las necesidades de los jóvenes que ingresan en nuestras comunidades. Dejémosles el derecho a soñar con la vida religiosa que desean. ¿Cómo? Educando en “el sentido” en lugar de en “el tener que ser”. Y abriéndonos a sus sensibilidades, distintas a las nuestras, con un sano diálogo intergeneracional. A veces, por ejemplo, las novicias piden rezar con el evangelio en lugar de seguir oraciones más tradicionales. ¿Por qué no intentarlo?
Pero, ¿qué tipo de formación se necesita en la actualidad?
El rostro de Dios tiene los rasgos de Jesús de Nazaret. A través de sus palabras y gestos, “conocemos” al Padre. El Evangelio, la Escritura son el centro de la formación de consagradas y consagrados. Pero los estudios bíblicos no son suficientes, especialmente para las religiosas. Son esenciales y, como tales, constituyen una parte importante de los cursos de formación. Sin embargo, deben incluir disciplinas antropológicas que aún no están muy presentes. La dimensión humana de la educación tiene muy poca cabida. Pero el Señor se hizo carne. Ahí se encuentra la historia de un Dios que nunca deja de hablarnos. Conocernos mejor a nosotros mismos y a los demás nos acerca a Él. Esto es aún más importante para la vida religiosa femenina que tiene una fuerte connotación comunitaria. Cada vez más, a raíz del descenso de las vocaciones, las congregaciones mantienen un noviciado o juniorado único para todos los aspirantes o los dividen por continente. Diferentes culturas conviven. No es fácil a menos que la formación sea capaz de hacerlas dialogar.
Diálogo es una palabra que usted utiliza a menudo vinculada a la formación.
El diálogo entre generaciones y entre géneros es el horizonte hacia el que debe apuntar una formación religiosa integral. El motor para caminar en esa dirección es la audacia.
¿En qué sentido el diálogo entre géneros?
Es un tema crucial porque hombres y mujeres consagradas están llamados a colaborar en la misión. Por tanto, es necesario que aprendan a relacionarse de forma sana. Actualmente, muchos hombres influyen en la formación de las religiosas. Sin embargo, lo contrario, lamentablemente, sigue siendo una excepción. Pocas mujeres juegan un papel importante en la formación de sacerdotes o consagrados. Es una limitación seria que debemos tener la audacia de cambiar. Tanto en la fe como en la vida, la hermenéutica femenina es distinta de la hermenéutica masculina. Los hombres se ven privados de riquezas preciosas. He visto con mis propios ojos, en la lucha contra los abusos sexuales y de poder, lo importante que es la mujer consagrada en el acompañamiento de las comunidades heridas.
Diálogo y audacia. ¿Existe otra palabra que pueda orientar la formación de religiosos en América Latina?
Calidad. En el pasado reciente, América Latina ha logrado enormes avances en la lucha contra el analfabetismo. A estas alturas, las jóvenes que llaman a nuestras puertas al menos se han graduado. Sin embargo, muchas veces las congregaciones no dan la debida importancia a la necesidad de ofrecerles una formación profesional adecuada y de calidad, al contrario de lo que ocurre en la vida religiosa masculina. Los consagrados que se dedican a carreras universitarias o de postgrado lo pueden hacer a tiempo completo. Nosotras no. Debemos hacerlo a la vez que prestamos un servicio. Por desgracia, es difícil borrar el viejo prejuicio de la monja como “obrera”.
Sor Liliana “conoció” a Dios cuando aún era muy pequeña. “Tendría unos cuatro años”, cuenta. Su abuela, que vivía junto al convento de las Carmelitas Misioneras en Medellín, un día le hizo apoyar la oreja contra la pared. Al otro lado de la pared, estaba la capilla del Santísimo Sacramento. “Escucha cómo te ama y dile que tú también lo amas”, le dijo la anciana a su nieta. “En ese momento tuve mi primera imagen clara de Dios, un Padre-Madre lleno de amor. Este es el gran desafío de la formación religiosa: transmitir la auténtica imagen del Señor. El resto es una consecuencia”.
Sor Liliana prefiere definirse sencillamente como “mujer y discípula”.
de Lucia Capuzzi