Jesús, teología
Los teólogos interpretan la palabra de Dios, y en el Evangelio de Juan las mujeres actúan constantemente como teólogas. La primera mujer mencionada por Juan es “la madre de Jesús” (2, 1). En las bodas de Caná es quien dice a Jesús que el vino se había terminado. Aunque su respuesta, “¿Qué tengo que ver contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora” (2, 4), no se refiere directamente al problema, ella lo interpreta como debe ser. Sabiendo que Él proporcionará el vino, la madre ordena a los sirvientes, “Haced lo que Él os diga” (2, 5).
La mujer de Samaria también interpreta correctamente las palabras de Jesús, aunque algunos hayan entendido mal su papel y sea juzgada negativamente por sus cinco maridos y su situación, aunque no conozcamos los entresijos de su historia familiar. Sabemos que el escenario apunta a una boda, ya que está cerca de un pozo donde el sirviente de Abraham conoció a Rebeca y donde Moisés conoció a Séfora. Juan el Bautista no solo identificó a Jesús como el novio (3:29), sino que el escenario es el pozo de Jacob y fue “a plena luz del día” (Génesis 29: 7) cuando Jacob conoció a Raquel. Jesús resultará ser un novio poco convencional y la mujer samaritana una novia insólita.
Otros afirman que va al pozo al mediodía porque los aldeanos la desprecian, pero si hubieran sentido desprecio por ella no la habrían escuchado. Más bien, es lo opuesto a Nicodemo, quien encontró a Jesús por la noche (3, 2). Ya que Jesús, la “luz del mundo” (9, 5), afirma que “si alguno camina de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo” (11, 9). La mujer, que está claramente en la luz, funge como una novia simbólica que une al novio con su familia, los samaritanos en Sicar.
En Mateo 16,16, Pedro proclama a Jesús “el Cristo, el Hijo del Dios vivo”. En el Evangelio de Juan, este honor pertenece a Marta, que oye a Jesús decir, “Yo soy la resurrección y la vida”, e interpreta correctamente la afirmación “tú eres el Cristo, el Hijo de Dios que ha de venir al mundo” (II, 25-27).
Marta dice a su hermana María que Jesús la está llamando (II, 28), aunque no lo estaba haciendo. Marta entendió que ese era su papel, así como la madre de Jesús llamó a los sirvientes y la mujer samaritana evangelizó su pueblo.
En el capítulo siguiente, María usa “aceite perfumado [...], muy precioso” (12, 3) para ungir los pies de Jesús. Juan narra que “toda la casa se llenó del perfume del ungüento” (12, 3), creando así un contraste con la tumba de Lázaro, de la que Marta refería el “mal olor” que emanaba del cuerpo (II, 39). El gesto de María anticipa la cruz, ya que unge simbólicamente a Jesús para el entierro (12, 7). Su generosidad contrasta con el robo de los fondos de la comunidad que perpetra Judas. Y su gesto anticipa el lavatorio de los pies de los discípulos de parte de Jesús.
En la cruz Jesús dice a su madre, “Mujer, ahí tienes a tu hijo”, y al discípulo amado, “Ahí tienes a tu madre” (19, 26-27). La madre de Jesús, a quien Juan nunca llama “María”, se convierte así en la madre simbólica de todos los discípulos. Aunque casi siempre se hable de que el discípulo amado, que recibe a la madre de Jesús en su hogar, es quien la cuida, en realidad este cuidado es mutuo, ya que ella seguirá recordándole las enseñanzas de Jesús.
Por último, si María Magdalena llega al sepulcro de Jesús “cuando aún estaba oscuro” (20, I), sabemos que pronto verá la luz. Llama a Pedro y al discípulo amado y ellos creen en sus palabras. Aunque inicialmente confunde a Jesús con el guardián del jardín, lo reconoce cuando Él la llama por su nombre. Jesús le asigna entonces la tarea de convertirse en apóstol de los apóstoles. Ellos creerán en su testimonio.
Al escuchar, preguntar, interpretar y llamar a los demás, las mujeres del Evangelio de Juan no son solo teólogas. También son discípulas, apóstoles, maestras, evangelistas y modelos.
de Amy-Jill Levine