La devoción popular es un lenguaje de signos externos y costumbres compartidas a través de los que el pueblo expresa su religiosidad. Peregrinaciones a lugares sagrados, visitas a santuarios, devoción a la Virgen y a los santos, besar y tocar tallas sagradas, venerar reliquias, recitar letanías y conservar las estampitas son parte de la religiosidad popular, sobre todo, de la católica. Ante la creciente participación en estas costumbres en muchas partes del mundo, -fenómeno que tiende a despertar en tiempos de crisis y pandemias-, “Mujeres, Iglesia, Mundo” nos invita a reflexionar sobre la devoción como expresión de un pueblo en movimiento que tiene sed de Dios y sobre el papel que las mujeres han tenido para impulsar esta expresión de forma colectiva y testimoniarla también como un compromiso personal a favor del bien común. En definitiva, la devoción popular no es el pariente pobre o desafortunado de la “auténtica” religión. No se puede contraponer a la mentalidad culta o al culto litúrgico oficial. Tampoco está vacía de contenido. Al contrario, como fruto de una espiritualidad inculturada, no deja de transmitir los contenidos de la fe a través de un camino simbólico. Es verdad que algunas desviaciones han conducido en muchas ocasiones a la piedad popular a la lógica de la superstición y sabemos bien que la devoción en general, individual o colectiva, a veces corre el riesgo de convertirse en idolatría, dependencia o mitificación. Sin embargo, iluminada por la Sagrada Escritura y animada por la vida litúrgica, la piedad popular libera una fuerza evangelizadora muy importante para la Iglesia y, en consecuencia, para el mundo, como recordaron los papas del postconcilio, desde el Papa Montini hasta el Papa Bergoglio. Negarlo sería como ignorar la obra del Espíritu Santo que, precisamente por la devoción individual o colectiva, guía por los caminos del redescubrimiento de los orígenes y de la radicalidad del mensaje cristiano, favoreciendo su testimonio. La misma devoción al rezo del Rosario, si no se reduce a un canto repetitivo o una práctica casi supersticiosa, se convierte en una oración contemplativa que ayuda a leer nuestra historia personal y universal en clave de fe y, por tanto, nos convierte más profundamente a los valores evangélicos. Incluso la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, si se libera de un intimismo emocional, nos invita a venerar lo esencial de la vida cristiana, es decir, la caridad, y a ponerla en práctica.
Francesca Bugliani Knox