· Ciudad del Vaticano ·

Las palabras de los Papas

La fe de los sencillos, recurso para la Iglesia

27 de marzo de 2020: Histórico momento de oración presidido por el Papa Francisco en el altar de la basílica San Pedro, con la plaza vacía y sumida en un silencio irreal, seguido por católicos y no católicos de todo el mundo en tiempos de covid-19. El Pontífice reza frente al crucifijo de San Marcello que los romanos, en el pasado, llevaban en procesión contra la peste (© Vatican Media)
28 noviembre 2020

El redescubrimiento de la piedad popular parte de Pablo VI


El Papa camina solo, con paso lento y apesadumbrado, por el centro de Roma para dirigirse a la iglesia de San Marcello al Corso donde se conserva un crucifijo de madera del siglo XIV, considerado milagroso por generaciones enteras de romanos. Nadie lo espera ni lo detiene para saludarlo. Tan solo lo acompañan unos pocos agentes de la Gendarmería. Es una “procesión” solitaria que, precisamente por eso, encierra una extraordinaria fuerza simbólica. Pasan unos días. El Papa al atardecer, bajo un cielo plomizo, reza en una plaza de San Pedro vacía donde su figura blanca se hace pequeña en un espacio que se torna surrealista. Con él, solo ese Crucifijo que había venerado unos días antes y la Salus Populi Romani, un icono mariano que ha acompañado la vida del pueblo de Roma durante siglos. Entre las imágenes que nos regala el dramático período que estamos viviendo debido a la pandemia, estas instantáneas seguramente quedarán grabadas en la memoria de millones de personas.

Cabe señalar que los dos momentos, tan espiritualmente intensos, están ligados a devociones populares hechas suyas por el Papa Francisco, el obispo de Roma que, como primer acto público después de su elección, quiso rendir homenaje a la Madre en la basílica de Santa María la Mayor, para luego volver decenas de veces más con motivo de sus viajes apostólicos. Una devoción que viene de lejos. Jorge Mario Bergoglio, desde sus años de ministerio episcopal en Buenos Aires, siempre ha valorado la devoción de los sencillos. Para el futuro Papa, caminar junto al pueblo de Dios hacia los santuarios, -especialmente el de la Virgen de Luján-, ha sido siempre una forma privilegiada de asumir el olor a oveja que todo buen pastor debe tener. Este caminar con el pueblo en manifestaciones de piedad popular es, en la experiencia de Bergoglio, al mismo tiempo un acto de evangelización y de impulso misionero.

La Conferencia de Aparecida del episcopado latinoamericano de la que nace un documento sobre el discipulado y misionariedad imprescindible para comprender la acción pastoral de Francisco, tuvo lugar en un santuario mariano. Cuantos tuvimos el privilegio de estar en esos días, en mayo de 2007, en Aparecida, - “un momento de gracia” en palabras del Papa-, recordamos que el trabajo de los obispos se desarrolló en un espacio ubicado debajo del santuario brasileño. Los pastores, por tanto, rezaron y debatieron acompañados por los cantos de los fieles. Esa asamblea, vivida en primera persona por el entonces cardenal Bergoglio, resuena en las páginas de la Evangelii Gaudium, dedicada a la piedad popular. Sus diversas expresiones, escribe el Pontífice, “tienen mucho que enseñarnos y, para quien sabe leerlas, es un lugar teológico al que debemos prestar atención”. La fe necesita símbolos y afectos para entremezclarse con la vida, no puede limitarse a un ejercicio intelectual. La piedad popular, llegó a decir Francisco con una imagen natural, “es el sistema inmunológico de la Iglesia”.

También sobre el tema de la devoción popular, como sobre otras cuestiones fundamentales, Evangelii Gaudium recuerda la Exhortación Apostólica de San Pablo VI, Evangelii Nuntiandi. Es el propio Papa Montini quien, desde el Concilio Vaticano II, dio un nuevo impulso a la devoción popular y, sobre todo, la “defendió” de la frialdad y, a veces, de la sospecha con las que se la miraba en algunos círculos católicos. En la Exhortación apostólica citada, que sigue al Sínodo de 1974 dedicado a la evangelización, el Papa Montini dedica un número entero, el 48, a la religiosidad del pueblo señalando que, en ese punto se toca “un aspecto de la evangelización que no puede dejarnos insensibles”. Evangelii Nuntiandi advierte sobre algunas deformaciones que han inclinado la devoción popular hacia la lógica de la superstición, pero observa que las expresiones de la religiosidad deben redescubrirse como vías privilegiadas de la evangelización. La piedad popular, escribe Pablo VI, manifiesta “una sed de Dios que solo los sencillos y los pobres pueden conocer”.

Este redescubrimiento de la piedad popular se desarrolla y se sitúa, también visualmente, en el centro del Pontificado de San Juan Pablo II, el hijo de Polonia que, gracias a la devoción popular y en particular a la Virgen, resistió primero la dictadura nazi y luego la comunista. Karol Wojtyła “trae a Roma” esta dimensión popular del cristianismo que, tanto en sus gestos como en su magisterio, es fundamental. Expresa la catolicidad, la universalidad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la inculturación del Evangelio en una comunidad nacional concreta. La devoción popular se convierte también en el hilo conductor de los más de cien viajes apostólicos que realiza por el mundo, en los que nunca falta un momento de oración en un santuario o un gesto de atención a las raíces espirituales del país visitado. Wojtyła es responsable además de la publicación, en 2002, del Directorio sobre la Piedad popular y la Liturgia de la Congregación para el Culto Divino.

Con el Papa que ha inscrito la encomienda a María en el escudo episcopal, se supera definitivamente el desprecio de las élites que consideran la religiosidad popular como una manifestación superficial e impura de la fe. Para Juan Pablo II, en cambio, es auténticamente popular “una fe profundamente arraigada en una cultura precisa, inmersa tanto en las fibras del corazón como en las ideas, y, sobre todo, ampliamente compartida por todo un pueblo”. Como señaló el cardenal polaco Stanislaw Ryłko, arcipreste de la basílica de Santa María la Mayor, el pontificado del Papa Wojtyła “ha ayudado a liberar la religiosidad popular de la etiqueta de “residuo en extinción” rescatándola “como un recurso espiritual extraordinario también para la Iglesia de hoy”.

En la misma sintonía está Benedicto XVI, que ya en los largos años como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe había mirado favorablemente las expresiones de piedad popular. Se puede ver en el Catecismo de la Iglesia Católica, del cual Joseph Ratzinger fue el principal arquitecto a instancias de Juan Pablo II. Seguramente, -como en el caso de su antecesor polaco y su sucesor argentino-, esta actitud favorable estuvo influida por la experiencia de la infancia en Baviera cuando, junto a su familia y en especial a su hermano Georg recientemente fallecido, participó en peregrinaciones y otros eventos de religiosidad popular. Por tanto, no es de extrañar que, una vez convertido en Papa, haya subrayado en varias ocasiones que “la piedad popular es un gran patrimonio de la Iglesia” y lo haya demostrado concretamente haciendo una peregrinación a numerosos santuarios marianos de Italia y de los países visitados en sus 24 viajes internacionales.

Este tema es recurrente en las enseñanzas de Benedicto XVI, especialmente en el tradicional diálogo con los sacerdotes de la diócesis de Roma. El Papa Ratzinger les pidió que no hablaran mal de las prácticas devocionales ni las consideraran perjudiciales, sino que las retomaran y las explicaran adecuadamente al pueblo de Dios. Reunido con la Pontificia Comisión para América Latina en 2011 empleó unas ideas que más tarde serían retomadas por el Papa Francisco. Para ambos, la piedad popular no puede ser considerada un aspecto secundario de la vida cristiana, porque en la oración sencilla del pueblo se crea “un espacio de encuentro con Jesucristo y una forma de expresar la fe de la Iglesia”.

de Alessandro Gisotti