· Ciudad del Vaticano ·

Historiografía

¿El pueblo? El de Dios

20 de mayo de 2020: en Piazza Maggiore, en Bolonia, el arzobispo Matteo Zuppi imparte la bendición de la Virgen de San Lucas a la ciudad y a la archidiócesis (chiesadibologna.it)
28 noviembre 2020

Zarri: Está superado el concepto de religión popular opuesta a la de las élites


Dice Gabriella Zarri: «El concepto de religión popular de tradición marxista y gramsciana, que la identificaba como la religión de las clases bajas frente a la religión de las élites, está superado desde el punto de vista historiográfico». Este es el primer punto que aclara la directora de la revista Archivio Italiano per la Storia della Pietà, ex profesora de Historia Moderna en la Universidad de Florencia y estudiosa de las instituciones eclesiásticas y de la vida religiosa. «Los documentos muestran la participación de estas clases “bajas” en muchos ritos y devociones practicados y promovidos dentro de la iglesia institucional, una religión que no clasifica a nadie desde el punto de vista social. Si queremos hablar de pueblo, debemos hablar de este pueblo como pueblo de Dios».

¿De dónde parte la historia de esta religiosidad?

De las peregrinaciones penitenciales en la Baja Edad Media organizadas por las hermandades de los Disciplinados, una devoción tan extendida que la antropóloga Ida Magli tituló su libro dedicado a la cultura medieval “Los hombres de la Penitencia”. Con el Renacimiento y la creación del Estado moderno, la religiosidad comienza a tornarse más individualizada y se acentúa la devoción a la Virgen María. Las imágenes marianas se difunden por las iglesias, los hogares, las calles de las ciudades o en las ermitas en medio del campo. En torno a estas imágenes se orquesta una devoción y una continua petición de agradecimiento. Se multiplican las manifestaciones milagrosas y, por tanto, los santuarios, las peregrinaciones o la costumbre de los exvotos. Muy difundidos, pero igualmente populares, son los cultos reservados, por ejemplo, a San Antonio de Padua, Santa Rita o, más recientemente, al Padre Pío.

¿Son devociones nacidas desde “abajo”?

En la época medieval, el culto mariano está principalmente ligado a la veneración de imágenes milagrosas encontradas, a menudo por casualidad, por laicos o niños. Durante el siglo XIX, sin embargo, se manifiesta un nuevo protagonismo de la Virgen y comienza una larga teoría de las apariciones, cuyos destinatarios son todavía niños o jóvenes, -desde Francia, hasta España e Italia-, y más recientemente en los países de Europa del Este. Este fenómeno se concreta según los cánones de la devoción al santuario: erección de una iglesia en el lugar de la aparición, peregrinaciones y exvotos por las gracias recibidas.

Y entran en conflicto con las jerarquías eclesiásticas.

Para la erección de una iglesia y las consiguientes concesiones para el culto, es necesaria una investigación sobre la naturaleza sobrenatural del fenómeno y condición indispensable que no haya engaño o falsificaciones. Pero la devoción popular se manifiesta sin esperar la autorización de la Iglesia. Este es uno de los aspectos más típicos de lo que podemos definir como “la devoción popular”: la atención a la aparición y la escucha de lo que dirá la Virgen, que también tiene un poco de aspecto de profecía, de sobrenatural. A veces la Iglesia no lo aprueba ya que se han producido intentos de engaño, también en lo que se refiere a la fama de santidad, tal y como cuento en mi libro “Ficción y santidad”.

¿La devoción es un factor de identidad cultural?

Especialmente para los santuarios marianos de la ciudad, hasta donde llegan peregrinaciones y donde se celebran fiestas que, a lo largo de los siglos, se han convertido en una tradición cívica. Aunque hemos visto disminuir significativamente la afluencia de fieles desde la Segunda Guerra Mundial, no hay duda de que estas manifestaciones de culto siguen formando parte de la identidad de la ciudad. Con la pandemia, el recurso a la Virgen que protege la ciudad, ha vuelto como elemento de tranquilidad colectiva. Se ha redescubierto el valor tradicional de la protección de María, como la de Jesús. Recordemos al Papa con la imagen de Cristo; o lo que se hizo la ciudad de Bolonia, donde se trasladó a la Virgen al centro desde su santuario extramuros.

¿Existe también un aspecto identitario para las mujeres?

La devoción femenina es más cristológica que mariana: se manifiesta no tanto hacia la Virgen María como hacia Jesús. Como ha demostrado la historiadora Alessandra Bartolomei Romagnoli, al examinar la hagiografía medieval, los santos o las mujeres veneradas por ellos, tienen visiones de la Cristo; la Virgen, como mucho, les presenta al Niño Jesús. Santa Brígida tuvo una visión del Pesebre, de la Natividad, mientras que Catalina de Bolonia, una clarisa que vivió en el siglo XV, es una de las primeras en haber visto la presentación del Niño que hace María. En las imágenes sagradas, las mujeres son representadas mayoritariamente al pie de la Cruz o en el Sepulcro, en oración o custodiando el cuerpo de Jesús antes de la sepultura. O escuchando, como la Magdalena. No en vano, son los hombres quienes han difundido la devoción a la Virgen. Pienso en San Bernardo y en la orden de las Siervas de María.

¿Ha habido una feminización de la vida religiosa?

La historiografía habla de ello desde el siglo XIX. Me parece una generalización insuficientemente probada. Por supuesto, hay un mayor protagonismo femenino con el nacimiento de nuevas congregaciones de votos simples, tras el cierre napoleónico forzoso de los monasterios de clausura. Y es cierto que la práctica religiosa empieza a ser abandonada por los hombres. Pero la religión sigue siendo exclusivamente masculina, tanto en la gestión de lo sagrado, como en la administración parroquial y en la gestión de las cofradías. En algunas regiones existe una práctica en la que las mujeres se especializan: la tradición de vestir las tallas a las que cubren con diferentes vestimentas según los tiempos litúrgicos u ocasión. Pero son los hombres los que las llevan en procesión. Solo en un caso que conozco pude reconocer una connotación de género aplicada a una devoción. Las Hermanas Oblatas del Niño Jesús, congregación nacida en Roma en el siglo XVII, que basaba su espiritualidad en la contemplación del Niño Jesús. Cada religiosa imaginaba nutrirlo con sus propias oraciones y jaculatorias, como enseñó Cósimo Berlinsani, fundador y guía espiritual de la congregación. Las Oblatas también asumieron como tarea la enseñanza del catecismo a las muchachas pobres de la ciudad.

Se trata siempre de cuidar.

Y no solo. Porque las mujeres no pueden recibir la ordenación sacerdotal, no tienen ningún papel sacerdotal jerárquico, pero Jesús les da la tarea de predicar ya que hay mujeres en el momento de la Resurrección. La única característica femenina es la de actuar y la de expresar la religiosidad fuera de la estructura jerárquica de la Iglesia y siempre dentro de un precepto: ser testigos de la Resurrección y, por tanto, de alguna manera predicar e intervenir directamente en la catequesis, en lo sagrado.

¿Algunas santas son modelos femeninos tan sociales como morales?

Por ejemplo, Santa Catalina de Siena, modelo tanto para las mujeres contemplativas de clausura como para las terciarias, con una vida activa al servicio de los demás. Ella está en el origen de la formalización de la Tercera Orden Dominica. Una de las santas más importantes desde el punto de vista histórico es Angela Merici quien fundó la Compañía de Santa Úrsula, en Brescia, en el período inmediatamente anterior al Concilio de Trento. No existía todavía la clausura monástica y muchas jóvenes de la ciudad querían ser religiosas, pero no tenían el dinero para la dote. Por eso, ella funda una orden donde las jóvenes practicaban una regla escrita, pero vivían en sus casas, continuando con su trabajo. Es el prototipo de la legitimidad de la soltería, inconcebible para la sociedad de la época que obligaba a las mujeres al matrimonio o al convento. Algo así supuso un notable impacto social que a lo largo de los siglos se repetirá con las congregaciones femeninas del siglo XIX, con la Acción Católica y con todas las formas de adhesión femenina a la participación en la vida de la Iglesia.

de Federica Re David