Las devociones en el Viejo y el Nuevo continente durante la pandemia
“Oh mi bella Virgen que dominas Milán”. El cielo de Lombardía es de un azul inusual en este 11 de marzo. “Tan hermoso cuando es hermoso”, -parafraseando a Alessandro Manzoni-, como para hacer olvidar por un momento el grito seco de las sirenas con que las ambulancias hieren una ciudad desierta. Son “los días atribulados por el coronavirus” en los que el mismo Manzoni vuelve a ser releído y citado con motivo de la peste de 1630 que diezmó Milán contada en su obra “Los novios” (Promessi sposi). Cuatrocientos años después, en todo el mundo, mujeres y hombres incrédulos y confundidos se esconden en sus hogares buscando protección contra el mal. ¿A quién se puede acudir en busca de ayuda?
El arzobispo de Milán no tiene dudas: la ciudad no es huérfana. Allí arriba, en la torre más alta del Duomo, la pequeña Virgen dorada vela por la que se considera la capital económica y financiera de Italia, competitiva y rica según los indicadores económicos, pero envuelta en mil contradicciones y desigualdades sociales y ahora doblegada por la pandemia. Y así Mario Delpini sube a las terrazas de la Basílica. Al pie de la Madunina (la Virgen), las palabras fluyen antiguas y nuevas. “María, virgo fidelis, anima a la perseverancia en el servicio, / la constancia en la oración, / la firmeza en la fe, / que nuestra familiaridad con Jesús nos ayude a reconocer a Dios que es Padre, / a rechazar las imágenes de un Dios distante e indiferente, vengativo”.
10 de abril de 2020, Viernes Santo, el primero desde tiempos inmemoriales sin procesiones en el estado mexicano de Querétaro, una zona que está experimentando un creciente desarrollo industrial y empresarial y está considerada como la cuna de la independencia mexicana, porque aquí se redactó la Constitución de 1917, todavía en vigor. La Virgen de los Dolores no puede caminar por las calles en busca de su Hijo, resignada a perderlo para reencontrarlo Resucitado tres días después. Los fieles no la acompañan para llorar con ella, esperando regocijarse juntos después. La pandemia paraliza las celebraciones justo cuando las personas que están de luto por las demasiadas muertes del virus lo necesitarían más. El padre José Martín Lara Becerril tiene entonces una idea atrevida: subir la estatua de María en un helicóptero “prestado” por las autoridades. Una vez en el aire, coloca la imagen de la Patrona diocesana junto a la ventana para que sus ojos vean pasar, una tras otra, las distintas ciudades mientras el sacerdote imparte sobre ellas la bendición. A través de Facebook, el video entra en las casas de Querétaro. Congregadas frente al ordenador, las familias rompen su aislamiento con el Ave María al unísono. La oración de los sencillos, de los pequeños. De un lado al otro del Atlántico, hay muchos testimonios de devoción a la Virgen en época de covid. Procesiones aéreas, rosarios y consagraciones virtuales. Las cuarentenas, la prohibición de reunirse y la difusión de tecnologías han estimulado soluciones creativas. “Conocí a varias mujeres de distintos grupos que se conectaron a través de la herramienta Zoom rezar juntas a la Virgen”, explica Emma Fattorini, historiadora de la Universidad La Sapienza de Roma y estudiosa del fenómeno religioso en la sociedad contemporánea, autora además de “Italia devota. Religiosidad y cultos entre los siglos XIX y XX”, (Carocci 2012).
Las soluciones innovadoras, sin embargo, tienen una tradición antigua. Los fieles siempre se han dirigido a la Madre en los momentos más dramáticos. Sobre todo, las mujeres, las primeras presentes en los ritos del nacimiento y de la muerte. Y, por eso, son el eje de esa “religión del pueblo” que acompaña la historia de la catolicidad apoyando, integrando y emancipándose también de la liturgia. Un espacio laico, espontáneo, crítico, a veces anti-jerárquico y ciertamente creativo, no es fácil enmarcar en una definición exhaustiva de la religiosidad popular. Se trata de un fenómeno asociado al Sur, - de Europa y del mundo -, aunque también generalizado en el Norte, como lo demuestran los grandes Santuarios Marianos de Aasebakken, a 25 kilómetros de Copenhague, y de Bergen, en Noruega.
Para Emma Fattorini, el hilo conductor entre sus distintas manifestaciones es la “proximidad”. Se busca una relación directa con Dios, menos mediatizada e institucionalizada de lo que están las experiencias litúrgicas tradicionales. Y esto ocurre a través de la cercanía emocional al propio Santo, a una reliquia o a un Santuario, acentuada por el uso de los sentidos, desde el tacto al olfato. Una dimensión a la que las mujeres, en parte por cliché y en parte por realidad, son especialmente sensibles. «En la historia han tenido una relación más directa con Dios y con la corporeidad, piensa en las místicas», subraya Fattorini. Según la uruguaya María del Pilar Silveira, -Visiting assistant professor de la Escuela de Teología y Ministerio de Boston College, especializada en Mariología popular-, es precisamente la religiosidad popular la que parece acortar las distancias entre sexos socavando los estereotipos establecidos. «Comportamientos considerados 'femeninos' como el llanto frente a una imagen de la Virgen o Jesús o el abandono contemplativo son adoptados por hombres y mujeres, sin distinción», asegura la profesora. Hombres y mujeres pueden descubrir en el rito, en la peregrinación al Santuario o en la procesión, un marco de comunicación sin precedentes.
La piedad popular se desarrolla en ósmosis con el contexto social y cultural. En el Viejo Continente es crucial su relación con la modernidad, con la que siempre se ha enfrentado. En muchas ocasiones se ha opuesto, pero también la ha vehiculado, e incluso ha sido una respuesta a la crisis de sentido que la misma modernidad ha desencadenado. Más que premoderna, a pesar de que surge de un elemento arcaico, es por tanto posmoderna, lo que la hace extremadamente “resistente” frente a la secularización. «La religiosidad popular tiene una extraordinaria capacidad de adaptación, - añade Emma Fattorini -. Pensemos en cómo las apariciones marianas han cambiado con el tiempo. Lourdes y Fátima, entre los siglos XIX y XX, responden a profecías sobre las grandes cuestiones de la época como la paz, la guerra y la descristianización. El lenguaje y las formas de Medjugorje son completamente diferentes. La “escenografía” es casi televisada: las apariciones se desarrollan al aire libre, bajo un cielo que parece una gran pantalla y se repiten en serie». La comunicación de sus mensajes también está evolucionando: desde cintas de audio hasta correos electrónicos y, ahora, a las cadenas virtuales de oración de, por ejemplo, madres que lloran la muerte de un hijo.
En el Nuevo Mundo, la reflexión sobre la religiosidad popular se enriquece con la opción preferencial por los pobres que hizo la Iglesia latinoamericana en el Postconcilio. La síntesis más original es la Teología de los pueblos que ve en los últimos, en los nadie, -la mayoría de los latinoamericanos-, aquellos en los que vibran con más fuerza las cuerdas profundas de América, forjadas por el encuentro entre culturas y la primera evangelización. En su espiritualidad popular, por tanto, encontramos una relación personal con Dios que incorpora lo simbólico y lo sensible, uniendo cielo y tierra en un anhelo de transformador. La dimensión histórico-cultural es fundamental para comprender las expresiones concretas de fe del pueblo. “Son el resultado de un proceso histórico. Por eso, la mística popular es dinámica, porque recibe aportaciones del pasado e incorpora nuevos elementos”, asegura Silveira.
El covid, gran acelerador de muchos fenómenos sociales, nos muestra con fuerza su constante capacidad de redefinición.
Con las grandes celebraciones suprimidas para frenar el contagio, «la intimidad del hogar vuelve a convertirse en el espacio sagrado. A menudo en silencio, después de las tareas, esa oración doméstica, recuerda a las mujeres del siglo XIX rezando alrededor del hogar, ahora reemplazado por la TV o el PC», dice Fattorini.
El acento en lo femenino es intenso. Se ruega ayuda a Nuestra Señora, pero también a las hermanas, antiguas y nuevas. Así lo demuestra el reciente aumento de la devoción a la Santa Corona en Alemania y Austria. Histórica protectora de los carniceros, la mártir romana, también debido al nombre, se invoca en casos de covid.
En momentos de emergencia, además, son las mujeres las que “se hacen cargo” de la situación. «En Argentina, hemos visto su fuerza en todas las crisis recientes, incluida la actual. En cada una de estas ocasiones, se ha activado espontáneamente una suerte de maternidad social o comunitaria», explica Carolina Bacher Martínez, teóloga de la Universidad Católica Argentina (UCA). En los barrios marginales de Latinoamérica se expresa precisamente en ese misticismo popular para el que la práctica y el compromiso religioso son uno. Los fieles intensifican su oración a Dios por la familia extensa, que es la comunidad. Y, al mismo tiempo, los cuidan, empezando por las acciones más sencillas y cotidianas, como compartir el almuerzo con los hijos de padres que no pueden prestarles la debida atención. «En las villas, los barrios marginales de Buenos Aires, la falta de espacio hace que sea muy difícil quedarse en casa. El gobierno decretó “cuarentenas por barrios” que sí permitían la circulación interna. Así, las capillas de las villas permanecieron abiertas y los sacerdotes transformaron temporalmente algunos de los espacios en comedores para los numerosos trabajadores informales que se quedaron sin recursos. En estos comedores, el papel de la mujer fue crucial a la hora de preparar y distribuir la comida que después los vecinos iban a recoger. Y lo hicieron con la misma devoción con la que, en los descansos, rezaban el Rosario», concluye la teóloga argentina.
de Lucia Capuzzi
La peregrinación virtual a Luján
Todos los años, desde 1974, el primer fin de semana de octubre, los jóvenes de Buenos Aires peregrinan a la basílica de Nuestra Señora de Luján, a 60 kilómetros, para rendir homenaje a la Patrona de Argentina. Este año no se pudo realizar la peregrinación de forma presencial, pero la cita no se canceló. El 3 de octubre, la archidiócesis convirtió este encuentro en un maratón web con oraciones y testimonios.
“Un ejemplo de cómo la costumbre se adapta a la realidad”, subraya Carolina Bacher Martínez. Si bien Internet por un lado ofrece una alternativa, por otro podría llegar a ser excluir, -especialmente en el Sur del mundo-, a la mayoría pobre y aún no conectada. La fe popular virtual se volvería así menos “popular”. “Esto no está sucediendo gracias a la creatividad de los más pobres. La casa, con su altar casero, es el espacio de oración gracias al rezo diario del Rosario o la Novena”, asegura la teóloga argentina.