Sor Gabriella Bottani se expresa así desde hace tiempo: «Podemos comprender la trata de personas en el contexto más amplio de una economía de mercado caracterizada por el modelo neo-liberal que privilegia el beneficio sobre los derechos humanos creando así una cultura de violencia, mercantilización y desigualdad. Todo esto está en el origen del tráfico de seres humanos». Por ello, sostiene que es necesario cambiar el punto de vista a la hora de afrontar la gran y global cuestión del tráfico de personas.
«Ser mujer nos permite entender qué significa sufrir la desigualdad en carne propia, -explica-, y supone ya un elemento de vulnerabilidad, aunque hay también otras dinámicas que se engloban en esta. Por ejemplo, la discriminación racial que sufren en las comunidades indígenas del Amazonas, que es donde comencé en 2007, donde ser afrodescendiente o indígena aumenta las posibilidades de ser víctima de la trata. Así sucede también en Norte América, entre las comunidades de nativos americanos de Canadá y Estados Unidos. O en Tailandia, donde las jóvenes de los grupos tribales son las más expuestas a esta amenaza. Todos los factores que provocan desigualdad hacen crecer también la vulnerabilidad a ser víctima de la trata. Si hablamos del fenómeno migratorio, una joven migrante sola tiene más posibilidades de sufrir abusos, violencia sexual, trata y explotación. Pero también hay muchos jóvenes hombres que padecen estos abusos y explotación».
Las personas vulnerables «son presa de la trata de los seres humanos, pero mirar al problema solo de este lado se corre el riesgo de tildarlas como pobres mujeres. Y no es así, nosotras tenemos una fuerza increíble», reivindica la religiosa a la que hace un año el presidente italiano, Sergio Mattarella, entregó la condecoración al Mérito de la República Italiana por su compromiso contra la trata desde la coordinación internacional de la red mundial contra la trata Talitha Kum.
«Si existe vulnerabilidad por un lado, por otro también existen importantes recursos que pueden promover un proceso de transformación real de resistencia e innovación. Nuestra red es un poco esto. Nos dicen: “pobres, sois vulnerables”. Y nosotras respondemos que no, que no somos vulnerables, que nos han hecho vulnerables, cosa bien distinta».
La cuestión es también cultural. «Necesitaremos hacer una reflexión profunda desde el punto de vista filosófico, antropológico y sociopolítico que nos ayude a comprender qué razones llevan a este tipo de actos inhumanos, a esta vuelta a la esclavitud. Yo tengo una cosa clara desde hace años: la trata de personas es la punta de un iceberg, el resultado de complejos procesos de nuestro tiempo. Hay un aspecto ontológico, uno social, uno económico... es una de las expresiones de la parte más enferma de nuestra sociedad. Me niego a creer que sea normal porque no lo es. Una de las cosas que más rechazo y que más me cuestan digerir es precisamente esta normalización de la explotación. De distintas formas, la trata de migrantes y la trata de personas tienen en común el hecho de que son fenómenos en los que la persona deja de existir porque viene enajenada en su dignidad y, a partir de ahí, cualquier cosa es posible mientras comporte un beneficio. Las hermanas en Nigeria me dicen que no es normal y que no forma parte de su cultura el hecho de que las mismas familias pongan en semejante tesitura a sus propias hijas solo para obtener a cambio una mejora en su bienestar económico-social. ¿Qué ha sucedido en las relaciones humanas para llegar a este extremo?».
Así comienza la historia de Joy, de 27 años. «La que tomó la iniciativa de venderme fue mi propia familia. Yo estaba bien en mi país, tengo dos hermanas y dos hermanos además de sobrinos. Pero cuando murió mi padre, la situación de mi madre se complicó porque en Nigeria las mujeres dependen siempre de los hombres. Poco después, una chica, amiga de la familia que nos ayudaba con dinero y ropa y que era pastora, llamó a mi hermana para proponerle que me mandase a Italia con su madre. La idea era que yo fuese su cuidadora y que también pudiese estudiar. Pero yo había leído libros y visto películas y ya sabía que sucedía en Italia y en Europa y, por eso, me opuse a ir. Mi madre y mi hermana me animaron y me llevaron ellas mismas a un lugar que no conocía. No sé si se les pagó, pero enseguida desaparecieron. Desde allí comenzó el viaje a Libia donde he pasado 4 meses que no tengo fuerzas ni para relatar. En 2016 llegué a Italia, a Bari. Me dije a mí misma en ese momento, “gracias a Dios, he llegado a la tierra prometida”. Pero, en realidad, fue una segunda Libia. Me vinieron a recoger y me llevaron a Castel Volturno, donde la madre de nuestra amiga al recibirme me espetó: “Ahora tienes que pagar 35.000 euros por el viaje así que mañana irás a hacer la calle con otras chicas”. Pasé un año en el infierno como esclava de esta madame. Pero renací en Caserta, en el 2017, cuando conocí a las hermanas Ursulinas de Casa Rut».
Ahora Joy, que sigue en Caserta, tiene un trabajo como dependienta y vive en una casa con una religiosa laica. En su camino de rescate escuchó palabras importantes directamente de la boca del Papa, con quien se encontró dos veces: “No tengas miedo, ten valor, estudia”. La segunda fui yo quien le habló: “Lo estoy haciendo”. Él me respondió: “Muy bien, eres una grande”. Ahora quiero que mi historia y mis fuerzas estén al servicio de quien ha vivido lo que yo».
Esto mismo es a lo que se refiere sor Gabriella Bottani cuando habla de empowerment, es decir, empoderamiento: «Reforzarse, apoyarse y no ceder a dinámicas que puedan llevarnos a una mayor vulnerabilidad y, por ello, necesitar siempre ayuda. Cualquier grupo o cualquier persona cuenta con un potencial, con una fuerza y con unas cualidades que se deben poner en valor. Es el concepto de resiliencia con algo más, algo que, además de hacerte resistir, te lleva a cambiar. Es necesario ofrecer espacios de cuidado y de protección, que sean además espacios de libertad, en los que la persona pueda evolucionar y reconstruir la propia vida. Como red, me lo digo a mí misma, hemos de crecer en esta dinámica de valorar los recursos que tenemos, conectarnos en red y no compararnos».
Porque el enemigo común gana terreno. «La sensación es que el fenómeno de la trata se está difundiendo. No tenemos datos precisos, pero sí contamos con testimonios de las víctimas de las redes en todo el mundo. La trata de personas y migrantes es es uno de los negocios más lucrativos a nivel internacional, tan solo por detrás del tráfico de armas. Y continúa siendo uno de los delitos más baratos de cometer. La OSCE confirma que solo uno de cada 25.000 casos de personas identificadas como víctimas de trata consigue llevarse ante los tribunales y no siempre el proceso se cierra con una condena. La impunidad es muy grande».
Geográficamente, «las estadísticas siguen apuntando al Sudeste y Sur de Asia como los lugares con mayor número de personas traficadas. El continente africano es el primero en cuanto a la relación entre población y personas traficadas. En el ránking sigue Europa del Este. Son las zonas donde se encuentran las mayores vulnerabilidades y las grandes inestabilidades sociales, políticas y ambientales. Pienso en las zonas mineras del Norte de Mozambique, en la zona de Cabo Delgado; o en la región de Kivu, en la República Democrática del Congo, con la guerra por la explotación de las riquezas del territorio; en la devastadora contaminación provocada por la extracción de petróleo en la región del Delta del Níger a causa de la superpoblación y la contaminación de Benin City, la ciudad de la que proviene la mayoría de las chicas traficadas. La explotación de los recursos ha provocado gran desigualdad porque son regiones ricas en teoría, pero cuya riqueza ha sido solo para unos pocos. La contaminación y la avaricia por las tierras han expulsado a la mayoría de la población».
Según Marcella Corsi y Julio Guarini, docentes de Economía Política en la Universidad de La Sapienza de Roma y la Universidad de la Tuscia di Viterbo, «movilizar a las mujeres en la defensa del medio ambiente implica combatir las desigualdades de género». Bina Agarwal, economista india «subraya cómo estas desigualdades, sobre todo en los países del Sur del mundo, están en el centro del control y la posesión de los recursos naturales», escriben en el boletín de la UISG dedicado a los diez años de Talitha Kum. «Por ejemplo, un estudio desarrollado en la India indica que el porcentaje de mujeres víctimas de la violencia doméstica llega al 49% entre las mujeres sin propiedades, mientras que es del 7% en el caso de aquellas que tienen alguna propiedad».
Los dos economistas definen la afirmación del Papa Francisco de que tenemos “una economía que mata” como provocadora y profética respecto al sistema económico actual en el que «las mujeres y la naturaleza se pueden considerar víctimas». Ambos plantean estas preguntas: Los objetos que pueden ser poseídos y libremente intercambiados en el mercado son mercancía, pero, ¿qué sucede cuando la mercancía que se intercambia es el cuerpo de los seres humanos o cuando se destruye un patrimonio de la humanidad como son los bosques?; si los aspectos fundamentales de la naturaleza humana, que son representativos de nuestra esencia profunda, son monetizados, ¿qué queda de nuestra humanidad?
«Como Unión Internacional de Superioras Generales estamos reflexionando sobre la idea de estrechar las relaciones con quienes trabajan por el cuidado del medio ambiente en el espíritu de la Laudato Si’ y con quienes se ocupan de las migraciones. Porque, al fin y al cabo, si analizamos las causas, los problemas provienen de patrones injustos y recurrentes», concluye sor Gabriella.
de Federica Re David
Talitha Kum en el mundo
Talitha Kum está presente en 92 países de los 5 continentes: 14 en África, 18 en Asia, 17 en América, 41 en Europa y 2 en Oceanía. Las redes internacionales son 44: 9 en África, 11 en Asia, 15 en América, 7 en Europa y 2 en Oceanía. Las coordinaciones regionales son 7: 2 en América Latina, 3 en Asia, 1 en Europa y 1 en África.