· Ciudad del Vaticano ·

Las artesanas de la reconciliación

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24 octubre 2020

Maureen fue encarcelada durante cuatro años porque era negra. Fue golpeada y torturada y su esposo recibió dos disparos. Lo cuenta mientras muestra las marcas que llevará por siempre en su cuerpo. Lo cuenta aunque le haga sufrir. Lo cuenta para no olvidar y para que otros tampoco lo hagan.

Maureen, su esposo y su familia se encuentran entre los millones de víctimas del régimen del apartheid de Sudáfrica, un país que veinticinco años después de las primeras elecciones libres en 1994, continúa recorriendo un arduo camino de recuperación de la memoria y reconciliación, en el que a menudo las mujeres están en primera línea. Lo están especialmente en las comunidades donde desarrollan una labor fundamental de intercesión, favoreciendo procesos de justicia redentora siguiendo la estela del trabajo realizado por la Comisión de la Verdad y la Reconciliación. Son procesos que requieren mucho tiempo, esfuerzo y dolor en una sociedad fundada en la democracia, la justicia, el respeto a los derechos humanos y el reconocimiento de la dignidad de toda persona. Son procesos indispensables para transformar una sociedad todavía profundamente herida por la opresión y la represión. Una sociedad en la que las víctimas puedan encontrar la fuerza para perdonar, como repetía Nelson Mandela, y también para no olvidar.

«¡Oh, el perdón, qué difícil es el perdón!», reflexionaba Annalena Tonelli, quien en la Somalia devastada por la guerra y el hambre, el fundamentalismo y la ignorancia, nunca se rindió, hasta que fue asesinada por unos jóvenes extremistas en el Octubre de 2003. «Todos los días en nuestro centro para tuberculosos de Borama, no solo curamos las enfermedades del cuerpo, sino que trabajamos por la paz, por el entendimiento mutuo y para aprender juntos a perdonar». Trabajaba mucho con las mujeres y con ellas llevó a cabo «la batalla de todos los días, ante todo, con lo que nos esclaviza por dentro, lo que nos mantiene en la oscuridad». Gran conocedora de la sociedad somalí, sabía muy bien que la lucha contra la opresión, la soberbia de las armas, el fatalismo y la explotación de la religión solo se podía llevar a cabo con las mujeres. Así harían libres a todos los hombres.

Son muchas las situaciones, en cualquier parte de África, en las que las mujeres son las protagonistas, a menudo anónimas y poco reconocidas, de los procesos de resistencia y resiliencia, de curación y regeneración: contextos de conflicto o crisis, de campos de refugiados o migración forzada, desastres climáticos o injusticias sociales. Algunas han logrado romper el muro de la invisibilidad, convirtiéndose en ejemplos, incluso a nivel mundial, de un compromiso por la paz, la justicia, la reconciliación y la curación de las heridas del alma.

Y quizás no sea una coincidencia que, después de los sudafricanos Tutu, Mandela y De Klerk, los sucesivos Premios Nobel de la Paz en África hayan sido otorgados a algunas mujeres. La primera fue la keniana Wangari Maahtai, en 2004, comprometida con la causa ambiental y de género. En 2011 fue el turno de Ellen Johnson Sirleaf, ex presidenta de Liberia, y su compatriota, la abogada Leymah Gbowee (junto a una tercera mujer tenaz y valiente, la yemení Tawakkul Karman, líder de la protesta de mujeres contra régimen de Sana'a). Este Premio Nobel también ha sido concedido al doctor Denis Mukwege por su compromiso a favor de las mujeres brutalmente violadas y maltratadas en las regiones orientales de República Democrática del Congo, donde la violencia se emplea para destruir el tejido social y comunitario. El médico de Bukavu recibió el prestigioso premio en 2018.

Paz, esperanza y reconciliación fueron también el leitmotiv del viaje del Papa Francisco el año pasado a Kenia, Mozambique e Islas Mauricio. El Pontífice ha reconocido en varias ocasiones el importante papel jugado por la mujer en el proceso de curación de los horrores del pasado. Sin embargo, no es siempre así. De hecho, incluso dentro de la Iglesia, se sigue subestimando este trabajo crucial realizado en silencio por las mujeres. Y esto a pesar de que varios documentos oficiales subrayan reiteradamente la centralidad e ineludibilidad del compromiso de las mujeres en estos ámbitos. Por ejemplo, en Africae Munus, la Exhortación publicada después del Segundo Sínodo Especial para África en 2009 se dice: «Cuando la paz se ve amenazada y la justicia vilipendiada, cuando la pobreza crece [...] estad siempre preparados para defender la dignidad humana, la familia y los valores de la religión».

Esto es lo que ha experimentado durante muchos años en su propia piel, y en la de las personas con las que comparte su misión, la hermana Elena Balatti, misionera comboniana en Sudán del Sur. Vivió en este país los momentos más terribles de la guerra civil, permaneciendo en Malakal, una de las ciudades más devastadas por los enfrentamientos también porque está ubicada en una de las regiones ricas en yacimientos petrolíferos. Paralelamente a esta dramática experiencia de resistencia, especialmente junto a mujeres, la hermana Elena enseña “Sanación de la memoria” en la Universidad Católica de Sudán del Sur y es miembro de la Comisión Comboniana Justicia y Paz. «No basta con poner fin a las hostilidades, aunque sea una prioridad absoluta y urgente después de todos estos años de enfrentamientos y violencia, que muchas veces también se producen entre comunidades enfrentadas. Es necesario acompañar a la población a emprender un camino real de reconciliación valorando especialmente el papel de las mujeres, auténticas artesanas de la paz», dice la misionera.

En el otro extremo de África, en Guinea Bissau, la hermana Alessandra Bonfanti, de las Misioneras de la Inmaculada Concepción, recuerda cómo al estallar la guerra civil en 1998 nació una organización de mujeres llamada Ejército de Paz, un proyecto formado por mujeres que habían decidido luchar para poner fin al conflicto. Se ofrecieron como mediadoras y propusieron la fuerza de sus ideas a la violencia de las armas. Decían: «La paz es un animal extraño: a veces se esconde bajo las bombas, pero nosotros también estamos dispuestos a ir a buscarlo».

En 2013, tras el último golpe de Estado, un grupo de mujeres de diferentes orígenes sociales, económicos, intelectuales y culturales se reunieron para realizar un estudio en profundidad de la situación del país y elaborar «una visión femenina sobre la consolidación del proceso de paz. La Guinea Bissau que queremos es un país de justicia y estabilidad», declaraban. «Estos ejemplos nos hacen comprender qué impacto pueden tener las mujeres en el proceso de paz. Pero es fundamental que puedan participar activamente en la vida social y política de sus países. La mujer es un instrumento de reconciliación desde su familia porque como madre, esposa y hermana, tiene una fuerte influencia en la educación. En África, gracias a Dios, todavía hay un corazón latiendo por la paz. Es el corazón de una mujer», explica la hermana Alessandra.

de Anna Pozzi


Sucede en Sudáfrica


La Comisión para la Verdad y la Reconciliación fue creada en 1995 en Sudáfrica al acabar el apartheid, presidida por el arzobispo anglicano Desmond Tutu. El nombre del tribunal, que incluye la palabra “reconciliación”, está en línea con la postura de no-violencia de Nelson Mandela quien optó por sanar las heridas de Sudáfrica a través de la construcción de un diálogo entre las víctimas y los verdugos. Es la antítesis del paradigma de “la justicia de los vencedores” o del propio Tribunal Penal Internacional que, en muchas ocasiones, se inclina más solo por el castigo de los culpables.