La encíclica Fratelli tutti llega como gotas de agua que caen en una tierra desertificada, rayo de luz que atraviesa “las sombras de un mundo cerrado”. Este es el título del primer capítulo de la nueva, la tercera, encíclica del Papa Francisco, dedicada a la fraternidad y a la amistad social. Un documento que el Papa el pasado domingo quiso regalar a los fieles reunidos en la plaza de San Pedro con la “forma” de la edición especial del L’Osservatore Romano que vuelve a imprimirse en papel con un nuevo formato. Pero vamos por pasos.
En primer lugar, posee una fuerza simbólica tan evidente que no necesita ulteriores explicaciones el hecho de haber salido del Vaticano, por primera vez desde los tiempos del confinamiento provocado por la pandemia, y de haber ido a Asís para firmar la Carta en la tumba de san Francisco que una vez más, después de la Laudato si’ de hace cinco años, es fuente de inspiración para su pontificado,
Fratelli tutti es un texto poderoso, que suena como un grito a la vez de alarmas y de esperanzas y ofrece a los lectores una visión, un horizonte grande que trasmite confianza y suscita el deseo de comprometerse por el bien común, por los otros, que son todos, ninguno excluido, hermanos nuestros.
La encíclica está dividida en ocho capítulos. El primero analiza de forma lúcida y sin deducciones, la situación en la que hoy se encuentra el mundo, un mundo que precisamente parece moverse hacia el cierre porque «la sociedad cada vez más globalizada nos hace más cercanos, pero no más hermanos» (la citación es de Caritas in veritate de Benedicto XVI, uno de los textos más citados en la encíclica). Después se desarrolla en un sentido positivo y propositivo con el fin de “pensar y gestar un mundo abierto” (cap. 3), sentar las bases para “la mejor política” (cap. 5), crear las condiciones para el “diálogo y amistad social” (cap. 6) y abrir “caminos de reencuentro” (cap. 7) para llegar a la conclusión que subraya el rol decisivo de las religiones “al servicio de la fraternidad en el mundo” (cap. 8).
Un texto muy denso que obliga al lector a detenerse y a leer con atención para reflexionar, meditar y por tanto, finalmente, actuar. En este periódico a partir de los próximos días del texto completo con sus ocho capítulos, serán ofrecidas al lector claves de lectura para profundizarlo activando un proceso de conocimiento no superficial o emocional. Ahora bien, una primera simple reflexión, casi una impresión, sobre el tema de la dignidad, una de las palabras más recurrentes en la encíclica, es suficiente, considerando un solo pasaje, el punto 68 del texto, tomado del segundo capítulo, en el que el Santo Padre se detiene en el texto del Evangelio de Lucas dedicado a la parábola del buen samaritano. El capítulo se titula «Un extraño en el camino» y empieza con una auténtica exégesis de las palabras de Jesús que permite al Papa reflexionar junto al lector sobre el hecho de que la ayuda dada al samaritano «nos revela una característica esencial del ser humano, tantas veces olvidada: hemos sido hechos para la plenitud que sólo se alcanza en el amor. No es una opción posible vivir indiferentes ante el dolor, no podemos dejar que nadie quede “a un costado de la vida”. Esto nos debe indignar, hasta hacernos bajar de nuestra serenidad para alterarnos por el sufrimiento humano. Eso es dignidad».
Son palabras impactantes que invalidan nuestra idea de dignidad. A menudo asociamos la dignidad con la frialdad, la imperturbabilidad, se dice de un hombre que “no ha perdido la dignidad” porque mantuvo la calma y no dejó ver sentimientos de rabia o sufrimiento. Y sin embargo el Papa va más allá y nos presenta otro rostro, paradójicamente, de la dignidad: de la serenidad se debe “bajar”, se debe perder la calma para “alterarnos” con el sufrimiento de los otros. La dignidad es algo cálido, físico, visceral. Como la misericordia, protagonista de la parábola, que es algo que tiene que ver con las vísceras (rachamin, es la palabra en hebreo que indica tanto misericordia como vísceras). Precisamente de aquí se debe iniciar, del gesto visceral del samaritano que no tiene otra cosa que pararse al contrario que los otros personajes, probablemente ocupados por las prisas; en un mundo que corre incesamente, la del Papa es una voz que pide, suplica con urgencia pararse con el fin de recuperar el sentido de la dignidad humana, de la propia, de los otros. Permanecer fieles a sí mismos, a esa “característica esencial del ser humano”, el Papa nos dice que es absolutamente necesario hoy para restituir al hombre su dignidad, bien tan valioso como frágil que debe ser custodiado y alimentado cada día, en cada lugar, siempre.
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El pasado domingo por la mañana, en la plaza de San Pedro hubo una bonita fiesta del pueblo en el momento del Ángelus, una doble fiesta para la redacción de L’Osservatore Romano que finalmente, después de un confinamiento de seis meses que ha impedido imprimir el periódico, vuelve a la publicación también en papel en un nuevo formato y con una nueva formulación. No es un simple “regreso” al papel sino que es el cumplimiento de un proyecto de reforma que inició hace mucho. Un periódico, por razones también etimológicas, no puede no “actualizarse”, sobre todo si se trata de un periódico internacional que sale en siete lenguas y alcanza a sus lectores en los cinco continentes del planeta.
La actualización prevé una renovación en la gráfica y en los contenidos con el fin de ofrecer a los lectores más profundizaciones. La palabra profundizar, querida por san Pablo VI, ha inspirado el proyecto del “nuevo” Osservatore Romano. El periódico que tenéis entre las manos (finalmente se puede pronunciar esta frase), tiene un formato ligeramente más pequeño que el precedente, lo que significa un aumento del número de las páginas que ahora serán 12, cada día. De estas, las cuatro páginas centrales se convertirán en un suplemento extraíble con fondo temático: el martes por la tarde “Quattropagine”, el semanal cultural; el miércoles por la tarde “Religio”, dedicado a la Iglesia como hospital de campo en camino sobre las vías del mundo en el cual encuentra otras religiones; el jueves por la tarde “La settimana di Papa Francesco”, para fijar palabras y gestos del Pontífice; el viernes por la tarde “Atlante”, semanario de información internacional que cuenta las crónicas de un mundo globalizado.
Dos palabras claves pueden ilustrar el sentido de este proyecto de actualización y renovación: integración y esperanza. Con la primera se hace referencia a una doble relación: la del periódico de papel y el digital y la relativo a la integración de L’Osservatore Romano en el sistema de los medios de comunicación del Vaticano. El periodo de suspensión debido a la pandemia ha provocado una fuerte impulso al desarrollo del periódico en el mundo digital por lo que hoy el periódico está disponible en la web (www.osservatoreromano.va) gracias a la nueva App, descargable de forma gratuita tanto en el AppStore como en PlayStore. Por otro lado, el periódico fundado en julio de 1861, durante largas décadas el único medio de comunicación de la Santa Sede, está hoy rodeado de otros medios de comunicación empezando por la Radio Vaticana y por la página web Vatican News y con estos se integra en un proceso que coordina los varios medios exaltando de cada uno la propia peculiaridad. La lógica es, por decirlo con las palabras del Papa Francisco tomadas también de esta última encíclica, la de la perspectiva más amplia y compleja que emerge de la figura del poliedro que «no es ni la esfera global que anula ni la parcialidad aislada que esteriliza», sino que es precisamente «poliedro, donde al mismo tiempo que cada uno es respetado en su valor, “el todo es más que la parte, y también es más que la mera suma de ellas”».
Finalmente, la esperanza. También aquí las palabras del Papa pueden servir para dar luz. Hablando a la revista belga «Tertio» el pasado 18 de septiembre, el Papa afirmó que: «el profesional cristiano de la información debe ser, por lo tanto, un portavoz de esperanza, un portador de confianza en el futuro. Porque sólo cuando se concibe el futuro como una realidad positiva y posible, el presente también se vuelve vivible». Para ser portavoz de esperanza el cristiano debe buscar «visión positiva de las personas y los hechos, rechazando los prejuicios» para «fomentar una cultura del encuentro a través de la cual es posible conocer la realidad con una mirada confiada». L’Osservatore Romano trabaja sobre estas palabras del Papa y se compromete a contar las historias de hoy y de ayer (la historia de la Iglesia es siempre contemporánea) con una mirada positiva, dirigida al futuro. Un enfoque profesional que por tanto se apoya en la imaginación y la creatividad que busca dar voz a los que no tienen voz, contar el bien que silenciosamente se abre paso, iluminar la esperanza que florece hasta en las situaciones más dramáticas, hacer oír el grito y las expectativas de los más pequeños y los descartados que a menudo luchan por encontrar espacio en el flujo de las noticias diarias. Precisamente en este tiempo tan acelerado en el que el ritmo frenético de las informaciones parece sumergirse, necesitamos pararnos a reflexionar y así ver dentro y más allá de las noticias para entender, permitiendo a la realidad sorprendernos, interrogarnos, conmovernos. Solo si podemos frenarnos del flujo de activismo que amenaza con adormecernos y adormecer nuestra sensibilidad, podremos hacer como el buen samaritano, captar que hay un extraño en el camino, pero que si nos acercamos deja de ser un extraño y se convierte en nuestro prójimo y, al final, en un amigo. De otra manera corremos el riesgo de hacer como los dos discípulos viandantes de Emaús, que se encuentran con un “forastero” en el camino y no se dan cuenta de que es Jesús. Ellos saben todo sobre la noticia del día, están “informados”, pero no logran entender el sentido. Está aquí el desafío de un periódico como L’Osservatore Romano que es “forastero” porque vive en este mundo pero lo mira y lo juzga no solo con las lógicas mundanas sino también con una mirada que “no es de este mundo”.
Un objetivo grande: ampliar la perspectiva con la que se observa el mundo, ofreciendo la perspectiva que se ve desde Roma, desde el corazón de la catolicidad, intentando tocar la mente y el corazón de los lectores con una comunicación curiosa, honesta, abierta.
de Andrea Monda