· Ciudad del Vaticano ·

En un vídeomensaje el Papa define el actual sistema económico como insostenible y subraya el deber moral de replantearlo

El cuidado de la tierra es un derecho humano

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14 octubre 2020

Con ocasión del encuentro digital «Countdown» sobre el cambio climático —promovido a nivel global por Ted, organización que inició hace 25 años en California— el Papa Francisco envió a los participantes un vídeomensaje que fue transmitido en la noche (en torno a las 22.15 hora de Roma) del sábado 10 de octubre. Publicamos a continuación el texto, en el que el Pontífice sugiere algunas soluciones inmediatas como respuesta a la crisis ambiental.

¡Buenos días!

Vivimos un momento histórico marcado por difíciles desafíos. El mundo está sacudido por la crisis provocada por la pandemia Covid-19, que pone aún más de relieve otro desafío mundial: la crisis socio-ambiental.

Esto nos enfrenta a todos a la necesidad de decidir.

La decisión entre lo que importa y lo que no. La decisión entre seguir ignorando el sufrimiento de los más pobres y maltratar nuestra casa común, la Tierra, o empeñarnos a todos los niveles en transformar nuestra forma de actuar.

La ciencia nos dice, cada día con mayor precisión, que es necesario actuar urgentemente -y no exagero, esto lo dice la ciencia- si queremos tener la esperanza de evitar cambios climáticos radicales y catastróficos. Y para ello, actuar con urgencia. Es un dato científico.

La conciencia nos dice que no podemos ser indiferentes al sufrimiento de los más pobres, a las crecientes desigualdades económicas y a las injusticias sociales. Y la economía en sí misma no puede limitarse a la producción y distribución. Debe considerar necesariamente su repercusión en el ambiente y la dignidad de la persona. Podríamos decir que la economía debe ser creativa en sí misma, en sus métodos, en su forma de actuar. Creatividad.

Quisiera invitaros a emprender, juntos, un viaje. Un viaje de transformación y de acción. Hecho no tanto de palabras, sino sobre todo de acciones concretas e improrrogables.

Lo llamo “viaje”, porque requiere un “desplazamiento”, ¡un cambio! De esta crisis, ninguno de nosotros debe salir igual —nunca saldremos igual: de una crisis, nunca se sale igual— y se necesitará tiempo y esfuerzo para salir de ella. Será necesario ir paso a paso, ayudar a los débiles, persuadir a los dudosos, imaginar nuevas soluciones y esforzarse por llevarlas a cabo.

Pero el objetivo es claro: construir, en la próxima década, un mundo donde se pueda responder a las necesidades de las generaciones presentes, incluyendo a todos, sin comprometer las posibilidades de las generaciones futuras.

Me gustaría invitar a todas las personas de fe, cristianas o no, y a todas las personas de buena voluntad, a emprender este viaje, [a partir] de su fe o, si no tiene fe, de su voluntad, de su propia buena voluntad. Cada una y cada uno de nosotros, como individuos y miembros de grupos —familias, comunidades religiosas, empresas, asociaciones, instituciones— puede contribuir de manera significativa.

Hace cinco años escribí la Encíclica Laudato si’, dedicada al cuidado de nuestra casa común. Propone el concepto de “ecología integral”, para responder juntos al grito de la tierra pero también al grito de los pobres. La ecología integral es una invitación a una visión integral de la vida, partiendo de la convicción de que todo en el mundo está conectado y que, como nos ha recordado la pandemia, somos interdependientes unos de otros, y también dependientes de nuestra Madre Tierra. De esta visión se deriva la necesidad de buscar otras formas de entender y medir el progreso, sin limitarnos solamente a la dimensión económica, tecnológica, financiera y al producto bruto, sino dando una relevancia central a la dimensión socio-ética y educativa.

Hoy quisiera proponer tres líneas de acción.

Como escribí en Laudato si', el cambio y la correcta orientación para el viaje de la ecología integral requiere dar antes que nada un paso educativo (cf. n. 202). Por lo tanto, la primera propuesta es promover, en todos los niveles, una educación para el cuidado de la casa común, desarrollando la comprensión de que los problemas ambientales están vinculados a las necesidades humanas -debemos entender esto desde el principio: los problemas ambientales están vinculados a las necesidades humanas-; una educación basada en datos científicos y en un enfoque ético. Esto es importante: ambos. Me anima el hecho de que muchos jóvenes ya tienen una nueva sensibilidad ecológica y social, y algunos de ellos luchan generosamente por la defensa del ambiente y la justicia.

Como segunda propuesta, se debe hacer hincapié en el agua y la alimentación. El acceso al agua potable segura es un derecho humano esencial y universal. Es imprescindible, porque determina la supervivencia de las personas y, por lo tanto, es una condición para el ejercicio de todos los demás derechos y responsabilidades. Garantizar una alimentación adecuada para todos mediante métodos de agricultura no destructivos debería convertirse entonces en el objetivo fundamental de todo el ciclo de producción y distribución de alimentos.

La tercera propuesta es la de la transición energética: una sustitución progresiva, pero sin demora, de los combustibles fósiles por fuentes de energía limpia. Nos quedan pocos años, los científicos calculan aproximadamente menos de treinta —nos quedan pocos años, menos de treinta— para reducir drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero en la atmósfera. Esta transición no sólo debe ser rápida y capaz de satisfacer las necesidades energéticas presentes y futuras, sino que también debe estar atenta a las repercusiones en los pobres, las poblaciones locales y los que trabajan en el sector de la producción de energía.

Una forma de impulsar este cambio es llevar a las empresas hacia la exigencia ineludible de comprometerse con el cuidado integral de la casa común, excluyendo de las inversiones a las empresas que no satisfagan los parámetros de la ecología integral y recompensando a las que hagan esfuerzos concretos en esta fase de transición para poner en el centro de sus actividades parámetros como la sostenibilidad, la justicia social y la promoción del bien común. Muchas organizaciones católicas y otras organizaciones religiosas ya han asumido la responsabilidad de trabajar en esta dirección. En efecto, la tierra debe ser trabajada y cuidada, cultivada y protegida; no podemos seguir exprimiéndola como una naranja. Y podemos decir que esto, el cuidado de la tierra, es un derecho humano.

Estas tres propuestas deben entenderse como parte de un gran conjunto de acciones que debemos realizar de manera integrada para lograr una solución duradera de los problemas.

El sistema económico actual es insostenible. Nos enfrentamos al imperativo moral, y a la urgencia práctica, de replantearnos muchas cosas: cómo producimos, cómo consumimos, pensar en nuestra cultura del despilfarro, la visión a corto plazo, la explotación de los pobres, la indiferencia hacia ellos, el aumento de las desigualdades y la dependencia de las fuentes de energía nocivas. Todos desafíos. Tenemos que pensarlo.

La ecología integral sugiere una nueva comprensión de la relación entre nosotros y con la naturaleza. Esto lleva a una nueva economía, en la que la producción de riqueza esté dirigida hacia el bienestar integral del ser humano y al mejoramiento - no a la destrucción - de nuestra casa común. También significa una política renovada, concebida como una de las formas más altas de caridad. Sí, el amor es interpersonal, pero el amor también es político. Involucra a todos los pueblos e involucra a la naturaleza.

Os invito, por tanto, a todos a emprender este viaje. Así lo propuse en la Laudato si’, y también en la nueva encíclica, Fratelli tutti. Como sugiere el término “Countdown” (Cuenta atrás), debemos actuar con urgencia. Cada uno de nosotros puede jugar un papel muy valioso si todos nos ponemos en marcha hoy. No mañana, hoy. Porque el futuro se construye hoy, y se construye no solos, sino en comunidad y en armonía.

¡Gracias!