Con hermanamiento se entiende la relación entre dos mujeres o entre una mujer y un hombre, pero vista desde la perspectiva de la mujer. Surge inmediatamente una pregunta: ¿qué añade hermanamiento a fraternidad, desde el momento en el que esta última, como todos los términos masculinos, es inclusiva, es decir aplicable también al femenino?
La primera respuesta que se puede dar es muy sencilla e inmediata: la no ocultación de la diferencia sexual.
Esta diferencia, de hecho, implica dos modos distintos de estar en el mundo, que no pueden ser homologados y que necesitan ser reconocidos para no caer en afirmaciones teóricas abstractas sobre un “ser humano” genérico que representa un neutro, en realidad, inexistente.
El uso de hermanamiento no es una extravagancia feminista, sino que responde a una exigencia precisa de adherir a la concreción de la vivencia, consintiendo acoger peculiaridades que, de otra manera, se perderían.
En muchos ámbitos el uso de hermanamiento puede resultar fecundo, pero aquí es necesario detenerse sobre uno solo de ellos, que resulta hoy particularmente significativo para la existencia de las mujeres y que merece ser implementado.
Es el que el “pensamiento de la diferencia sexual” que informa a Luce Irigaray indica cómo “genealogía de mujeres”, o la encomendación de una mujer a otra que, por su experiencia y habilidades, pueda brindarle su apoyo en el difícil proceso de construcción de una identidad femenina completa y armoniosa.
La importancia de esta práctica es inmediatamente evidente si consideramos que en nuestro contexto histórico-cultural los modelos que se proponen son predominantemente masculinos y, por tanto, tales como para despertar sentimientos de inadecuación y frustración en las mujeres.
En este caso, el hermanamiento puede indicar una relación que, excluyendo cualquier ejercicio de poder o autoridad, implica, sin embargo, un fuerte reconocimiento de autoridad a la de las dos mujeres que se asume la responsabilidad de acompañar a la otra.
La fecundidad del concepto de hermanamiento deriva, por tanto, directamente de la situación a la que se refiere y que, evidentemente, no puede encontrar una expresión adecuada con fraternidad.
El lenguaje y la realidad deben corresponderse lo más fielmente posible y la riqueza de lo femenino requiere que el pensamiento sepa valorarlo sin aplanarlo en conceptos y términos que no le son adecuados, porque nacieron para indicar un universo masculino en el que las mujeres con dificultad pueden identificarse.
de Giorgia Salatiello