La nueva Europa no podrá tener fundamento solo en la economía, en la finanza, en los acuerdos políticos, en la diplomacia. Necesita valores colectivos y, aunque pueda parecer extraño, de sentimientos compartidos que la guíen, la dirijan, interpreten su alma profunda e indiquen una esperanza en el futuro. Las patronas de Europa, las santas, a las que los habitantes del viejo continente se han encomendado, indican modelos, valores, caminos a seguir. Su santidad puede transmitir vitalidad y nueva fuerza a una idea que a menudo flaquea. Por esto, también por esto, les dedicamos un número de Mujeres Iglesia Mundo.
Cuando en 1999 la Iglesia decidió encomendar Europa a tres patronas - santa Brígida de Suecia, santa Catalina de Siena, santa Teresa Benedicta de la Cruz - hizo una elección de unidad geográfica (Brígida viene del extremo norte de Europa; Caterina de Siena, toscana, representa la parte central y mediterránea; Teresa Benedicta de la Cruz los países del este). Pero no se limitó a esto.
Ha reconocido el rol desarrollado por la santidad femenina y ha afirmado la exigencia de revelar una diferencia hasta ese momento evidentemente desatendida entre dos santidades: la masculina ampliamente reconocida y la de las mujeres, fuerte y generalizada pero aún no diferenciada. En estas páginas, en las historias de las santas que cada país ha elegido encomendarse y en la de las tres patronas del continente europeo, tratamos de ir a las raíces de la santidad femenina a la que Europa se ha encomendado, a los valores en los que el viejo continente debe inspirarse si quiere tener un futuro. Y, sobre todo, a los modelos a los que podemos mirar las mujeres europeas, creyentes o no, hoy protagonistas de un cambio todavía insuficiente. La historia de la vida de las patronas ha sido encomendado a estudiosos y estudiosas y a algunas escritoras siguiendo la idea de que la literatura pueda expresar miradas diferentes sobre los movimientos del alma humana, los infinitos caminos de la fe y por tanto contar con más riqueza la peculiar santidad femenina, los modos en los que es capaz de hacernos comprender el mundo. La elección que hemos realizado no es usual pero se ha revelado feliz. Las distintas claves de abordaje, el abandono al relato, la inevitable identificación con el objeto de la propia narración muestran no solo lo que fueron las santas patronas, sino los mensajes, la rica herencia que nos dejaron y de la que hoy todos podemos disponer ampliamente. La santidad femenina europea nos parece, sobre todo, entretejida con la confianza. Confianza en Dios que se convierte en confianza en sí mismas que lleva a las patronas a realizar acciones que parecían, y todavía hoy parecen, imposibles. Fue esta confianza absoluta la que empujó a Catalina, una mujer pobre y sin educación, a una labor pacificadora que parecía imposible en una época desgarrada por los conflictos, que la llevó a pedir a la Iglesia coherencia y rigor moral, arrancando “las plantas empapadas” y reemplazándolas “con nuevas plantas frescas y fragantes”. Y fue la infinita confianza en Dios y en sí misma lo que indujo a Brígida a dejar las tierras del norte, a llegar a Roma y a revelar a los pontífices los diseños de Dios, a amonestarlos contra el pecado. La confianza de las santas europeas en sí mismas y en la vida se vuelve audacia, que las impulsa a desafiar al mundo masculino - el medial, como sucede para Catalina y Brígida, el más reciente para Edith Stein - en un terreno que parece entregado solo a los hombres: el misticismo, la experiencia espiritual que conecta directamente con Dios, sin ninguna mediación de los hombres y de la Iglesia. Edith Stein, nacida en una familia judía, alumna del filósofo Husserl, convertida al cristianismo, monja de clausura en Colonia, deportada en Auschwitz y muerta en el campo de concentración, reivindica con fuerza y valor la unión de su alma con Dios. Es precisamente esta unión la que la induce a obras audaces e inadmisibles, llevándola a explorar la riqueza de la feminidad y la concreta condición concreta de las mujeres. Y hacer de esto un campo de batalla cultural y social.
Las santas cuya historia contamos viajan mucho, viajan por Europa e Italia, cruzan mares y suben montañas. La peregrinación en su vida es una dimensión del alma y otra demostración de la especial relación con Dios. La utilizan para conocer y cambiar personas y cosas, para intervenir en las disputas de la época, en los asuntos de la Iglesia. Son también peregrinaciones interiores, en busca de sí mismas y de una relación especial con lo divino. Es la experiencia de santa Teresa de Ávila, que narra momento a momento su cercanía con Dios o más bien cómo, paso a paso, Dios entró en su corazón. Es la de santa Teresa de Lisieux, que descubre el amor de Dios y hacia Dios en la sed de amor de la infancia. Es necesario tener una gran confianza en sí mismas para proponer a Dios con la fuerza y la determinación de las santas patronas de Europa. Para candidarse a un protagonismo que se convierta en fuerza y autoridad. Esto se nos entrega hoy. Y para los hombres, pero especialmente para las mujeres europeas, no es poca cosa.
Ritanna Armeni