En Perú, una fiesta nacional dedicada a la cercanía con los que más sufren. La pandemia ha trastornado el programa: algunas iniciativas han sido suspendidas, mientras que las iglesias están cerradas y por tanto la misa del 28 de julio (fiesta de la Independencia) en la catedral de Lima fue transmitida online y en televisión. El número de los contagios activos de covid-19 ha caído por debajo de 100.000 y el balance de nuevos casos crece a un ritmo cada vez más lento, pero con señales opuestas. El país es el séptimo en el mundo por número de contagiados y el tercero en América Latina: 385.000 personas han contraído el virus y más de 18.000 han fallecido. La región más golpeada es la de la capital Lima, pero preocupa también la situación en la Amazonia peruana. «Los indígenas no tienen protección contra el coronavirus, que podría causar graves reducciones de la población», ha declarado a «L’Osservatore Romano» el arzobispo de Lima, Carlos Gustavo Castillo Mattasoglio. «Ellos son una garantía de conocimientos antiguos para el cuidado de la selva que al mismo tiempo es fundamental para la humanidad».
El área amazónica peruana ocupa más de la mitad del territorio nacional. El virus ha llegado aquí a través de personas que llegan a la selva para ofrecer ayuda. «En toda la Amazonía está este grave problema», afirma el prelado que cuenta con dolor la historia de Santiago Manuin Valera, jefe de la comunidad indígena awajun fallecido a los 63 años por coronavirus en el hospital de Chiclayo, ciudad donde había sido trasladado para ser curado. «Era un buen dirigente, awajun y católico. Se publicarán también sus meditaciones sobre los Evangelios», ha añadido. Junto a otros obispos ha obtenido del gobierno el permiso para devolver el cuerpo para celebrar el funeral con su comunidad.
Su muerte es emblemática sobre el peligro que el covid-19 es para los indios y el compromiso de la Iglesia local con ellos. En Iquitos, ciudad de 380.000 habitantes y centro estratégico situado en el corazón de la Amazonia, faltaban bombonas de oxígeno. Gracias a una campaña de solidaridad iniciada por el vicariato apostólico se construirá una fábrica para producirlas. Mientras tanto, los Emiratos Árabes Unidos en junio enviaron 40 toneladas junto a productos alimenticios. «Esto será de mucha ayuda para la población de la selva —continua Castillo Mattasoglio— porque en general las comunidades indígenas que viven a lo largo de los ríos no están protegidas del virus».
El mayor peligro es que vuelva la situación afrontada en el siglo xvi durante la colonización española: en 60 años ocho de los diez millones de nativos murieron a causa de la viruela y el sarampión. «Cuando san Turibio de Mogrovejo llegó a Perú tuvo que afrontar las consecuencias de la epidemia», explica el arzobispo. «Él fue a buscar a los nativos dispersos, preguntó cuáles eran sus necesidades. Gracias a su intervención el rey español reconoció a muchas comunidades la propiedad de sus tierras. Esto nos muestra cómo hacer Iglesia en el post pandemia, cómo reconstruir la vida de las personas y de la Iglesia. Creo que este es nuestro desafío más grande hoy».
La salud de los pueblos indígenas es monitoreada, pero si alguno contrae el covid-19 debe ser trasladado a la ciudad para los cuidados. El deseo de monseñor Castillo Mattasoglio es el de crear “hospitales de campaña”. Por eso los prelados que trabajan en la selva peruana trabajan junto a todo el episcopado para crear un sistema sanitario hospital-selva-iglesia que sea unitario. En todo el país los hospitales públicos están en dificultad, a pesar del aumento del número de camas en cuidados intensivos y la ampliación de los locales en diferentes estructuras. Una situación frente a la cual han escandalizado las impresionantes ganancias económicas de los hospitales privados. «Las familias, para curarse, en un mes han usado los ahorros acumulados en años de trabajo», ha subrayado el arzobispo durante una homilía, añadiendo que «la medicina orientada a la ganancia debía terminar lo antes posible». De hecho, a finales de junio el gobierno peruano y las clínicas privadas llegaron a un acuerdo que prevé una reducción de las tarifas para enfermos de covid-19. El prelado, presente en el encuentro, en su intervención invocó «la credibilidad de las instituciones que deben ponerse al servicio antes que tener finalidades económicas personales». El sistema sanitario nacional está en dificultad, explica, a causa de «problemas de décadas de tipo estructural causados por un sistema económico totalmente desigual» que ve por una parte pocos hospitales públicos grandes y por otra muchas clínicas privadas con costos elevados.
Las desigualdades han emergido claramente también cuando el gobierno impuso el confinamiento y el toque de queda nocturno que terminó el 30 de junio. «Al principio había una participación positiva de todos —cuenta el prelado— pero con el pasar de los meses han surgido graves problemas que han aumentado el riesgo de contagio». De hecho, la mayor parte de la población de las grandes ciudades estaba obligada a salir de casa para trabajar y garantizar el sustento familiar, pero al mismo tiempo la incomodidad de la vivienda obligó a grandes núcleos a vivir durante mucho tiempo en casas del tamaño de una habitación. El gobierno se ha esforzado por superar los problemas estructurales en poco tiempo, ayudando a los más débiles, pero «en la raíz de esta situación está un desarrollo económico por goteo basado en ganancias apresuradas», continúa el arzobispo de Lima. «Son las migajas que caen de la mesa del patrón y que son recogidas para poderse mantener, como las que come Lázaro en el Evangelio».
En las semanas previas a la reapertura inició un éxodo masivo de trabajadores inmigrantes de las grandes ciudades que la pandemia había transformado en lugares peligrosos. Después de haber pasado un periodo de cuarentena, estas personas han vuelto a sus lugares de origen. «Las comunidades estaban alarmadas y se han organizado constituyendo grupos de ronderos, una especie de policía popular que se ocupa de vigilar las calles, prevenir los robos y vigilar sobre los contagios», precisa Castillo Mattasoglio. Esto ha sucedido en algunos pueblos situados en las zonas altas de la sierra y de la selva amazónica que han sido aislados por seguridad, con carreteras con rejas en entrada y salida. Hoy Perú está económicamente agotado. Por esta razón, casi todas las actividades económicas se han reabierto. Muchos utilizan las mascarillas, pero ahora que la población puede moverse libremente es más difícil respetar las reglas sobre el distanciamiento global y tener una contabilidad del contagio fiable. «Soy pesimista por el hoy, no veo alternativas inmediatas, pero en los próximos meses los ciudadanos podrían organizarse mejor. A esto queremos contribuir con el proyecto de las parroquias misioneras y solidarias», observa el presule. «Esta pandemia ha enseñado muchas cosas: el principio de la solidaridad y del bien común, de los pobres como horizonte de la economía, de la sociedad, de la cultura y de la Iglesia. O salimos remando juntos o nos hundimos, como dice el Papa Francisco».
Perú es un país católico y muy practicante, pero en los últimos años también «en la vida del pobre ha entrado la cultura individualista que ha disminuido las relaciones que permiten la existencia misma de una sociedad», indica el primado peruano. Esto ha determinado una falta de organización popular que ha influido negativamente en la respuesta social a la pandemia de covid-19. En cuatro meses de contagio Cáritas y el ejército han llevado alimentos a las personas privadas de recursos. El gobierno ha activado una renta mínima y una campaña mediática, sostenida por el episcopado, para educar en el respeto de las normas. La Iglesia local ha garantizado la cercanía virtual y física a los enfermos en los hospitales, donde en los días más oscuros ha celebrado la misa y dado la eucaristía. Los sacerdotes han organizado conferencias, celebrado misas y recitado rosarios en internet, creado cocinas populares de las que salían los voluntarios para entregar comidas en las casas. «La Iglesia se ha convertido en un centro de animación en los barrios y en la ciudad», concluye el arzobispo de Lima. «No somo una ong, sino testimonio de la presencia del Señor, cuyo Espíritu suscita, en una situación de emergencia la creatividad y la solidaridad humana y social». La Iglesia sigue cumpliendo su papel evangelizador, pero lo hace de forma que el pueblo sea más organizado y más solidario, superando el pecado del individualismo. Frente a la miseria y la pobreza que abundan en la tierra, «los pobres del mundo y la naturaleza empobrecida y saqueada nos llaman a concretar esta esperanza».
de Giordano Contu