· Ciudad del Vaticano ·

Mensaje del patriarca Bartolomé al Papa Francisco

La Iglesia como “hospital” de las almas y de los cuerpos

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04 julio 2020

Debido a las restricciones impuestas por la pandemia, este año el Patriarcado Ecuménico de Constantinopla no pudo enviar la tradicional delegación a Roma para la solemnidad de san Pedro y san Pablo, celebrada por el Papa Francisco el 29 de junio en la Basílica del Vaticano. Para la ocasión el Patriarca Bartolomé envió al Pontífice la carta de la que publicamos, a continuación, una traducción:

A Su Santidad Francisco, Papa de la antigua Sede de Roma: ¡saludos en el Señor!

Al celebrar con usted la santísima memoria de San Pedro, Príncipe de los Apóstoles, y de San Pablo, Doctor de las Gentes y “Apóstol de la Libertad”, que proclamaron con alegría el Evangelio de la economía salvadora divina universal y dieron su vida como mártires a Roma, dirigimos a Su Santidad nuestros más cálidos deseos y le saludamos con un abrazo santo.

La actual pandemia del nuevo coronavirus covid-19 ha hecho imposible que una Delegación oficial del Patriarcado Ecuménico sea nombrada y esté presente en Su Sede para la Fiesta Patronal de la Iglesia de Roma, como ha sido costumbre en las últimas décadas. Participamos desde lejos en esta alegría festiva y veneramos aquí con devoción las sagradas reliquias de Pedro, fundador de vuestra Iglesia y hermano de Andrés, nuestro Patrón y primer llamado entre los Apóstoles, mientras sacamos fuerza y bendición de las reliquias que generosamente habéis donado a la Iglesia de Constantinopla.

Rezamos y trabajamos incesantemente, Santísimo Hermano, por el progreso del diálogo teológico bilateral entre nuestras Iglesias y por el camino hacia la unidad. Este proceso se enriquece con las iniciativas que compartimos y con nuestras declaraciones conjuntas ante los grandes retos contemporáneos y los problemas mundiales. Tenemos un enfoque común de estos temas, que se apoya “en la roca” de la fe y las virtudes cristianas fundamentales del amor y la justicia. La creación del hombre “a imagen y semejanza” de Dios y su destino eterno en Cristo le dan un valor insuperable.

Durante todo el período de la pandemia nos conmovió el sufrimiento de tantos seres humanos, así como el espíritu de sacrificio y el heroísmo de los médicos y enfermeras. Escuchamos los gritos de los enfermos y sus seres queridos, y sentimos la angustia de los desempleados y los que están en apuros por las consecuencias financieras y sociales de esta crisis. Ante esta dolorosa situación, la Iglesia está llamada a dar su testimonio con palabras y con hechos.

Los textos del Nuevo Testamento están llenos de historias de curación de los enfermos, una curación que se refiere a la plenitud existencial y a la salvación humana. Cristo es el “médico de las almas y los cuerpos” y al mismo tiempo Aquel que “tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades” (cf. Mateo 8, 17). En el lenguaje teológico el pecado se describe como enfermedad y la terminología médica se utiliza ampliamente para representar la incorporación y renovación del hombre en la Iglesia, que es la enfermería y el hospital de almas y cuerpos. Los cánones de la Iglesia existen y sirven “para la curación de las almas y el cuidado de las pasiones” (Cánon 2, Concilio in Trullo). Para nosotros los cristianos, la terapia y la curación son una anticipación de la victoria definitiva de la vida sobre la corrupción, así como de la trascendencia final y la abolición de la muerte. No es casualidad que la Iglesia considere la contribución del médico como una tarea sagrada, enfatizando la relación de confianza entre médico y paciente y rechazando absolutamente la percepción del enfermo como una entidad impersonal, como “objeto” y “caso”.

Con este espíritu, la Iglesia también aborda los problemas económicos y sociales, destacando los aspectos negativos del actual modelo dominante de actividad financiera y de desarrollo, que tiene como centro la “maximización del beneficio”. Si este principio prevalece unilateralmente incluso durante la fase en que se enfrentan las consecuencias económicas de la pandemia, la humanidad se verá abocada a un estancamiento sin precedentes. El futuro no puede pertenecer al economismo y a la “producción de dinero a través del dinero” sin referencia a la economía real. Pertenece a una economía sostenible, basada en los principios de justicia social y solidaridad. La solución no es “tener” o “tener más”, sino “ser”, lo que siempre implica “estar juntos”. La Iglesia predica la prioridad de la “relación” sobre la “adquisición”.

Con estas reflexiones y sinceros sentimientos fraternales, esperamos una rápida superación de los problemas que la pandemia ha creado incluso para la vida de la Iglesia, así como alegría en el elogiado día de vuestra Fiesta Patronal, mientras rezamos para que el Dador de todo bien os conceda, querido Hermano, por intercesión de los santos, gloriosos y en todas partes aclamados Apóstoles Pedro y Pablo, una salud robusta, muchos años y toda bendición de lo Alto, en beneficio de la plenitud de la Iglesia, del testimonio cristiano en el mundo y de toda la humanidad. Nos confirmamos con particular estima y profundo amor en el Señor.

29 de junio de 2020

De vuestra Santidad afectuoso hermano en Cristo,

Bartolomé de Constantinopla